SIGAMOS APASIONADAMENTE EN POS DE DIOS

01
Nov
noviembre

“Mi alma sigue ardorosa en pos de ti; tu diestra me ha sostenido” Salmo 63:8

La teología cristiana enseña la gracia preveniente, que, significa que el hombre, antes que busque a Dios, Dios está buscándole.

Antes que el hombre pueda pensar bien acerca de Dios, debe haber en él una iluminación interior.

Esta puede ser imperfecta, sin embargo, el hecho existe y es la causa de todos los anhelos, búsquedas y oraciones subsiguientes.

Buscamos a Dios porque él ha puesto en nosotros deseos de dar con él.

«Nadie puede venir a mi dijo el Señor Jesús si mi padre celestial no le trajere» Y es esa atracción de Dios lo que nos quita todo vestigio de mérito por haber acudido a él.

El impulso de salir en busca de Dios emana del propio Dios, pero el resultado de dicho impulso es que sigamos ardorosamente en pos de él. Y mientras andamos en pos de él, estamos en sus manos.

«Tu diestra me ha sostenido» Salmos 63:8

En este sostén divino, y seguimiento humano no hay contradicción alguna, porque como dice von Hugel, Dios es siempre previo, Pero en la práctica (esto es, cuando el hombre responde ala obra de Dios) el hombre debe salir en busca de Dios.

Debe haber de nuestra parte una respuesta recíproca a la atracción de Dios, si queremos disfrutar de la experiencia. Este interés, este anhelo ferviente, lo tenemos expresado en el Salmo 42, donde dice «Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por tí, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré, y compareceré delante de Dios?» Este es un profundo llamado a lo profundo, y así lo entenderá el corazón anhelante.

La doctrina de la justificación por la fe verdaderamente bíblica y bendita liberación del legalismo estéril y los vanos esfuerzos personales ha caído en nuestros días en mala compañía.

Muchos la han interpretado en manera tal que ha formado una barrera entre el hombre y el conocimiento de Dios. Todo el procedimiento de la conversión religiosa ha llegado a ser una cosa mecánica y sin espíritu. La fe, según dicen, puede llegarse a ejercer sin que tenga nada que ver con los actos de la vida, y sin turbar para nada al yo adámico. Se puede «recibir» a Cristo sin entregarle el alma ni tenerle amor alguno. El alma es salvada, pero no llega a sentir hambre y sed de Dios. Los que sostienen tal doctrina reconocen que el alma es capaz de contentarse con muy poco.

EL HOMBRE DE CIENCIA MODERNO HA PERDIDO A DIOS ENTRE LAS MARAVILLAS DE SU MUNDO.

Nosotros los cristianos corremos peligro de perder a Dios entre las maravillas de su Palabra. Casi hemos olvidado que Dios es Persona, y que, por tanto, puede cultivarse su amistad como la de cualquier persona. Es propio de la persona conocer a otras personas, pero no se puede conocer a una a través De un solo encuentro. Solo al cabo de prolongado trato y compañerismo se logra en pleno conocimiento.

Toda relación social entre los seres humanos se origina en el trato personal de unos con otros. A veces comienza con un encuentro casual, pero con el trato continúo dicho encuentro fugaz se convierte en la más íntima amistad. La religión, siempre que sea genuina, es la respuesta que dan las personas creadas al Creador. «Esta, empero, es la vida eterna, que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.»

Dios es persona, y en las profundidades de su poderosa naturaleza piensa, tiene deseos, goces, sentimientos, amor y padecimientos, como puede tenerlos cualquier otra persona. Para darse a conocer a nosotros se nos presenta como una persona. Se comunica con nosotros por medio de nuestra mente, nuestra voluntad y nuestras emociones. El intercambio continuo e ininterrumpido de amor y pensamiento entre Dios y el alma creyente, es el corazón palpitante de la religión del Nuevo Testamento.

Conocemos esta relación personal entre Dios y el alma por medio de la conciencia que tenemos de ello. Se trata de algo personal, que no nos llega por conducto de un grupo de creyentes, sino que cada persona, individualmente, sabe lo que es. El conjunto se entera de ello por medio de las personas que lo forman. Y la persona es bien consiente de ello, porque es imposible que el alma no se entere de ello, como ocurre con el bautismo de niños. Entra dentro de la esfera del conocimiento, de modo que el hombre «sabe» lo que es encontrarse con Dios, como sabe de cualquier otra cosa que le ocurre.

Usted y yo somos en pequeño (exceptuando nuestros pecados) lo que Dios es en grande. Habiendo sido hechos a la imagen suya, tenemos la facultad de conocerle. Cuando estamos en el pecado, carecemos de ese poder, pero cuando el Espíritu nos da vida en la regeneración, todo nuestro ser siente el parentesco con Dios. Y gozoso se apresura a reconocerlo. Este es el nacimiento celestial sin el cual no podemos ver el reino de Dios.  Pero la regeneración, o nuevo nacimiento, no es el fin del proceso sino simplemente el principio. Es el mero momento cuando comenzamos la búsqueda, la feliz exploración que hace el alma en busca de las inescrutables riquezas de la Divinidad. Es ahí donde comenzamos, pero nadie puede decir dónde nos detendremos, pues las misteriosas profundidades de Dios, Trino y Único, no tienen fin.

Acerquémonos a los santos hombres y mujeres del pasado, y no tardaremos en sentir el calor de su ansia de Dios. Gemían por él, oraban implorando su presencia, y le buscaban día y noche, en tiempo y fuera de tiempo. Y cuando lo hallaban, les era tanto más grato el encuentro cuanto había sido el ansia con que lo habían buscado. Moisés se valió de que ya conocía a Dios para pedir conocerle más: «Ahora pues, si he hallado gracia en tus ojos, ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos» (Éxodo 33: 13). Y después se atrevió a hacer una solicitud aún más atrevida: «Te ruego que me muestres tu gloria» (vs. 18).

A Dios le agradó este despliegue de ardor, y al día siguiente le dijo a Moisés que subiera al monte, y allá le hizo ver toda su gloria.

La vida de David fue un torrente de deseos espirituales. En sus salmos abundan los clamores del que busca y las exclamaciones del que encuentra. Pablo afirma que el más grande deseo de su corazón era hallar a Cristo: «y ciertamente aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y tengo por basura, para ganar a Cristo» (Filipenses 3:8).

Es trágico que dejemos la búsqueda de Dios a unos pocos maestros en lugar de realizarla cada uno de nosotros Hacemos depender toda la vida cristiana del acto inicial de «aceptar» a Cristo (una palabra, de paso, que no se encuentra en la Biblia) y no esperamos que haya después ninguna otra revelación de Dios a nuestras almas.

Hemos caído en las redes de la falsa lógica que dice que si ya tienes a Dios, no necesitas buscarle. Tal argumento se presenta como la flor y nata de la ortodoxia, y se da por sentado que ningún cristiano instruido en la Biblia cree otra cosa. Por eso hacen a un lado toda sincera y afanosa búsqueda de comunión espiritual con Cristo, haciendo que los cultos sean meras formalidades sin vida.

Rehúyen así la teología del corazón que experimentaron y experimentan aún multitudes de santos, y aceptan una presunta interpretación de las Escrituras que habría asombrado a Jesús y los apóstoles.

Reconozco que hay muchos todavía, en medio de esta general tibieza, que no se conforman con esa lógica superficial. Pero se alejan llorando, buscando algún sitio tranquilo donde orar diciendo, » ¡Oh Dios, muéstrame tu gloria!» Es que quieren probar, tocar con sus corazones y ver con los ojos del alma al Dios maravilloso.

Mi deliberada intención es estimular este deseo de tallar a Dios. Es la carencia de ese deseo, de esa hambre, lo que ha producido la actual situación de desgano, tibieza y desinterés en que está sumida la iglesia. La vida religiosa, fría y mecánica que vivimos es lo que ha producido la muerte de esos deseos.

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