OTRAS CAUSAS DE APOSTASÍA

01
Oct
otras causas de apostasÍa

En los días de Jeremías, cuando los israelitas fueron reprendidos por sus pecados y advertidos acerca de la proximidad de un juicio de Dios, ellos clamaban: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste” (Jeremías 7:4).

 

Como si dijeran: “Jeremías, tú puedes decir lo que quieras, pero nosotros somos la única posteridad de Abraham, la única iglesia de Dios en el mundo. Dios nunca permitirá que su templo y su adoración sean destruidos y que su pueblo sea echado fuera de su tierra.

 

La respuesta de Jeremías fue: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en este lugar. No fieis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste…. He aquí vosotros os confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan. ¿Hurtando, matando, y adulterando, y jurando falso, é incensando á Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis, Vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos: para hacer todas estas abominaciones?… Andad empero ahora á mi lugar que fue en Silo, donde hice que morase mi nombre al principio, y ved lo que le hice por la maldad de mi pueblo Israel.” (Jeremías 7:3,4,8-10,12, RV).

 

Los Israelitas fueron engañados al pensar que no importaba como se comportaban. Creían que mientras que eran el pueblo de Dios y tenían el templo y su adoración, ningún juicio podría alcanzarles.

 

El diluvio de los juicios divinos pudiera caer sobre el resto del mundo, pero ellos pensaban que estaban fuera de peligro, en el arca de la única iglesia verdadera del mundo.

 

También Juan el Bautista tenía que enfrentarse con este problema. Los fariseos y saduceos decían: “A Abraham tenemos por padre” (Mat.3:9). Ellos pensaban que puesto que eran los descendientes físicos de Abraham, ellos poseían un derecho automático a todos los privilegios del pacto, sin importar cuán pecaminosos fueran en sí mismos.

 

Resulta claro de estos ejemplos, que entre más cerca que las iglesias o los individuos se encuentren al juicio de Dios (a causa de sus pecados), más dispuestos están a jactarse de sus relaciones eclesiásticas y sus privilegios espirituales, simplemente porque no tienen ninguna otra cosa en la cual confiar.

 

Si los hombres fueron capaces de excusar sus pecados en el Antiguo Testamento, bajo el pretexto de considerarse los favoritos de Dios (a pesar del extraordinario ministerio profético de Jeremías, que les advertía a no confiar en tales mentiras, y les llamaba a arrepentirse de sus pecados y a vivir vidas santas), cuánto más serán capaces de excusarse con engaños semejantes, aquellos que son enseñados a hacerlo.

 

Cuando hombres malvados, mundanos y esclavizados por sus concupiscencias, son recibidos y bienvenidos como miembros de la Iglesia de Cristo, y hechos participantes de todos los privilegios externos; estos solamente les hace sentirse seguros de sí mismos e impide cualquier intento para lograr que se arrepientan. Esto también anima a otros a no ser tan diligentes y celosos en la vida cristiana. Después de todo, si uno puede recibir el privilegio de tener todas las promesas del amor y el favor divinos, bajo términos tan fáciles, sin ningún esfuerzo para arrepentirse verdaderamente y mortificar el pecado, entonces ¿Para qué preocuparse por vivir una vida santa?

 

Cuando la iglesia de Sardis estaba realmente muerta, la mejor manera para mantenerla así, era dándole un nombre de que “vivía” (Apo.3:1).

 

Puesto que la iglesia de Cristo es la única sociedad en el mundo que es el objeto del amor y la gracia especiales de Dios, y si la razón principal para la administración de sus ordenanzas, es para asegurar a los hombres de que son partícipes de los beneficios de la mediación de Cristo; entonces, la forma más fácil para solapar y consentir las concupiscencias de los hombres es permitiendo que ellos participen de estos privilegios externos, mientras que permanecen como no arrepentidos y aferrados a su maldad.

 

El Señor Jesucristo ha establecido la obediencia evangélica como la evidencia externa de que uno es un verdadero miembro de su iglesia. La obediencia a los mandamientos del evangelio es la única condición indispensable para poder participar de los privilegios del evangelio. Todo lo que se requiere de nosotros para que seamos salvados eternamente, se encuentra en el mandato del evangelio que dice:

 

“Arrepentíos y creed”. Los hombres no pueden tener ninguna otra seguridad externa del bienestar de sus almas, salvo la que reciben cuando son aceptados como verdaderos miembros de la iglesia, con el derecho de participar de todos sus privilegios externos.

 

Entonces, cuando los hombres encuentran que fácilmente pueden obtener esta seguridad, y todos los privilegios externos de la iglesia, simplemente sometiéndose a las ordenanzas, sin ninguna fe o arrepentimiento verdadero, y mientras que permanezcan todavía en sus vidas pecaminosas, entonces ¿Cuál esperanza existe de traerles al verdadero arrepentimiento y fe, los cuales resultan en una vida santa?

 

Esta es la forma en que satanás tuvo tanto éxito, provocando la apostasía general de la obediencia evangélica, la cual llegó a su colmo en la gran apostasía. Innumerables multitudes fueron traídas a una profesión externa y nominal del cristianismo, no a través de la convicción y una experiencia personal de su verdad, poder y santidad; que resulta en la paz y la seguridad de vida eterna, sino simplemente porque querían quedar bien con los gobernantes de su nación, y preservar su propio bienestar temporal, el cual estaría en peligro si no se unieran con la iglesia. En esta manera, multitudes de ignorantes fueron rápidamente conducidos a sentir que su eternidad estaba segura, a pesar del hecho que sus vidas no alcanzaban el nivel de santidad requerida por el evangelio. Ellos fueron engañados a creer que, aunque sus vidas fueran peores que las de los paganos, y no importando cuán impura y pecaminosamente vivieran, no obstante, mientras que permanecieran en la iglesia (la cual era supuestamente la única iglesia verdadera de Cristo), estarían eternamente seguros y no perecerían. Creyendo esta mentira, ellos no veían ninguna necesidad de preocuparse con la mortificación de pecado, la autonegación, la pureza de corazón y de manos, y todos los demás deberes del evangelio.

 

Entonces ¿Cuál esperanza existe para esperar jamás, una obediencia santa de tal tipo de personas, quienes han recibido todos los privilegios del cristianismo en unos términos tan fáciles?

 

La seguridad falsa a la que aquellas multitudes ignorantes fueron conducidas, fue confirmada cuando vieron a otros condenados al infierno eterno y consumidos por el fuego y la espada en este mundo, simplemente porque no eran como ellos. Cuán felices eran y cuán dignos de ser felicitados. Bajo términos tan fáciles, ellos estaban libres de peligro en el presente y libres de las llamas eternas.

 

A través de estas cosas “el misterio de la iniquidad” obró hasta que alcanzó su colmo en el papado.

 

Por lo general, la doctrina del evangelio fue perdida, a causa de la ignorancia y los errores. Y muy pronto quedó manifiesto, cuán difícil es mantener la vida y el poder de obediencia, cuando la raíz de la santidad y las doctrinas del evangelio se secan y se corrompen. La ignorancia de la verdad y el aborrecimiento de la santidad trabajaron juntos para promover la gran apostasía.

 

El terreno ganado por medio de la pérdida de la verdad, fue asegurado a través de dar el nombre, el título, los privilegios y las promesas de la iglesia a toda clase de hombres, quienes jamás se habían arrepentido de sus pecados. A los hombres inconversos, les fue dada la seguridad de estar efectivamente en el estado y la condición que el Señor Jesucristo requiere, a pesar de que continuaban viviendo vidas pecaminosas. Eran verdaderos cristianos y miembros de la verdadera iglesia de Cristo, aunque no daban ninguna evidencia de ser regenerados.

 

Cuando a uno le dicen estas cosas, entonces, ¿Por qué debería preocuparse por buscar la regeneración y la santidad de vida? Aquellos que están enamorados de sus pecados, concupiscencias y placeres, no estarán inclinados a apartarse de ellos, cuando reciben la seguridad eterna de su salvación por el simple hecho de ser miembros. Y para conducirles a confiar más en este falso sentimiento de seguridad, se les enseña que los sacramentos, solamente en virtud de ser administrados por un sacerdote, automáticamente les dan toda la gracia que necesitan para su salvación eterna. En particular, se les enseña a creer que todos aquellos que tienen boca (no importando la maldad que esté arraigada en sus corazones y vida), pueden comer la carne y beber la sangre de Cristo y así, tener vida eterna con base a las palabras de Cristo (Jn.6:53-54). En éstas y otras maneras, los pecadores más viles fueron asegurados de que recibirían gloria e inmortalidad.

 

Con el fin de incrementar más el sentimiento de seguridad y confort, el pueblo fue enseñado a creer, que el infierno y la destrucción eran solo para aquellos que estaban fuera de la iglesia. La iglesia era como el arca de Noé. Todos los que estaban dentro del arca eran salvos y todos los que quedaban fuera, serían ahogados. Por lo tanto, siempre deberían permanecer en la iglesia, porque solo ella les podía preservar.

 

Nunca fue inventada, en contra de la gloria del evangelio y la obediencia evangélica, una maquinación tan malvada. Supuestos creyentes perseguían, hacían daño y destruían a otros, quienes también profesaban ser creyentes.

 

¿Qué pudiera hacer sentir más seguros a los hombres en sus pecados, que el hecho de asegurarles que son justificados y más excelentes a los ojos del evangelio, que aquellos que los exceden grandemente en santidad y moralidad?

 

Cuando los maldicientes, borrachos, profanos y personas impías persiguen cruelmente a aquellos que son verdaderamente santos, sobrios, templados, inclinados a la oración y a las buenas obras, entonces el cristianismo no es bien visto ante los ojos del mundo.

 

Pero, si alguno sintiera las punzadas de la convicción y la culpa atravesando sus mentes y conciencias e inquietándolas, entonces las confesiones, las penitencias y buenas obras apaciguarían estos sentimientos. Y si esto no fuera suficiente para aliviar su culpa, entonces, seguramente el purgatorio lo haría. Entonces, por medio de estas doctrinas impías, la mayoría de la cristiandad fue conducida a menospreciar el evangelio y a despreciar la verdadera santidad evangélica. No la entendían y tampoco la buscaban. En cambio, una devoción ciega, deformada por múltiples supersticiones, sustituyó la santidad evangélica. Entonces, bajo el nombre de la iglesia y sus privilegios, el evangelio de Cristo fue casi perdido por completo entre los hombres.

 

Los mandamientos del evangelio son muy santos, sus promesas muy gloriosas y sus amenazas muy severas. Sin embargo, bajo una profesión de sumisión a este evangelio, los hombres viven peores que cualquier pagano que jamás ha conocido el evangelio. Suponer que el evangelio promueve una vida pecaminosa, es tratar el evangelio con la rebeldía más alta y desafiante posible.

 

Toda esta apostasía nace de la creencia de que, mientras que yo permanezca como miembro de la Iglesia, no importa cuán pecaminosamente viva; estoy dentro del arca y jamás seré llevado a la perdición eterna por el diluvio.

 

La única manera para volverse de esta apostasía es ordenando las cosas en la iglesia, de tal manera que nadie pueda jactarse a sí mismo de ser un creyente verdadero, justificado y seguro de la vida eterna, a menos que viva en sujeción y en completo acuerdo con los mandamientos del evangelio. Pero, si el único requisito para hacerse cristiano consiste de haber nacido en cierto lugar o nación y de ser miembro de la Iglesia, entonces, tendremos que aguantar todas las maldades de esta apostasía bajo la cual el mundo gime.

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