Oración Ardiente

30
May
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Por Eliseo Martínez

M. Bounds termina su libro, Poder por la oración, con estas palabras: “Oremos ardientemente para que la promesa que Dios ha hecho que la oración se realice mas allá de lo que imaginamos.”

De esta afirmación retomo las dos primeras palabras, “oremos ardientemente.” La palabra ardiente denota el hacer algo con fervor, fogosidad, vehemencia y energía. Dios nos permita desarrollar una vida de oración en la cual todo nuestro ser esté enfocado, como la oración de Jesús en el Getsemaní, donde oraba agónicamente, Mateo 26:36-44. En el pasaje paralelo de Lucas 22:39-46, encontramos un texto que dice: “Y estando en agonía, oraba más intensamente, y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” La palabra “intensa” nos habla de una oración ardiente.

Mateo 7:7, 8 nos dice que Jesús exhortaba a perseverar en una oración acompañada por esfuerzo ferviente. Son tres palabras la clave en esta oración: pedid, buscad, llamad. El comentario expositivo de Mateo de Louis A. Barbieri, Jr. nos dice: “Aquí les asegura que Dios acepta con beneplácito la oración y los comunica que se acerquen a él en forma continua y persistente. Esto se enfatiza en los verbos en ek presente, donde la idea es seguir pidiendo, seguir buscando y seguir llamando.”

William Hendriksen comenta: “El pedir implica humildad y conciencia de necesidad, buscar es pedir más actuar; incluye la petición ferviente, pero eso solo no basta. Llamar es pedir, más actuar, más perseverar.”

 

La oración es fuente de fortaleza en medio de un mundo inestable, saturado por el afán de enfrentar el camino de la vida el cual se nos presenta tormentoso. Una vida de oración nos ayuda a enfrentar la ansiedad, el temor y las presiones que acompañan a la vida debajo del sol. Un ejemplo es el de Ana la madre del profeta Samuel.

Ana

Se constituye en una mujer modelo de oración, digno de ser imitado. Al abrir nuestra Biblia en el capítulo primero del libro primero de Samuel, nos encontramos con una mujer muy cargada que busca en Dios la solución a su problemática vivencial. En el versículo diez, leemos: “Ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente.” También nos dice que Ana oraba largamente delante de Jehová (12). Ana hizo lo que todos debemos hacer en medio de la tormenta de aflicciones: descargar en Dios nuestra carga como lo dice Pablo en Filipenses 4:6 “por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.”

 

Pablo

El apóstol Pablo cuyo ministerio como plantador de iglesias estaba fundamentalmente saturado de oración. Pablo a pesar de los siglos transcurridos sigue siendo el siervo de Dios cuyo éxito en la expansión del evangelio lo hace ser el más grande misionero. En Colosenses 1:3 leemos: “siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.” La característica de Pablo de orar constantemente por el pueblo de Dios, la encontramos en todas sus cartas. Pero también encontramos que Pablo le pedía a la iglesia oración para tener puertas abiertas a la predicación del evangelio. Colosenses 4:2-4 dice: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias; orando al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la Palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso, para que lo manifieste como debo hablar.” Con relación a esta necesidad de Pablo para que los hermanos de Colosas cooperaran con él en oración, comparto con ustedes lo que escribió E. M. Bounds: “El hombre que predica tiene que ser el hombre que ora. El arma más poderosa del predicador es la oración, fuerza incontrastable en sí misma, que da vida y energía a todo lo demás.” Más adelante sigue diciendo: “El verdadero sermón se forma en más poderosos y más tiernos, los adquiere a solas con Dios. La oración hace al hombre, al predicador, al pastor, al obrero cristiano y al creyente consagrado.” (Poder de la oración).

Jesús

Ana y Pablo son solo ejemplos de una larga lista de mujeres y hombres de oración.  Pero el máximo modelo es nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo Dios, saturó su vida y ministerio de oración. En Marcos 1:35 leemos: “Levantándose muy de mañana, siendo aun muy oscuro, salió y se fue aun lugar desierto y allí oraba.” Si Cristo ejecutó su ministerio en oración, nosotros no podemos pretender llevar a cabo el ministerio sin oración.

Leía en la revista Iglesia Y Misión 67/68 de enero – junio de 1999; en la página 30, lo siguiente: “El discurso en forma de sermón ha cedido su lugar a técnicas de marketing y audiovisuales, conciertos de rock religiosos tales shows, con la consecuente reducción del contenido del mensaje a su mínima expresión”. (René Padilla) Con seguridad podemos decir que la gran ausente es la oración; en LA iglesia, en las reuniones de hoy brilla por su ausencia la oración. Esta es la verdadera razón por lo que la predicación del evangelio actual es superficial, incapaz de penetrar las verdades profundas de la Palabra de Dios.

El gran peligro de la falta de oración en los hijos de Dios es de presentar un mensaje atractivo y agradable, pero sin conducir a sus oyentes a Dios. Que ejemplos como el de Ana y Pablo, sobretodo el de nuestro Señor nos animen a tener una vida caracterizada por la oración.

 

Conclusión:

Comparto un último pensamiento escrito por E. M. Bounds: “La oración que caracteriza al ministerio piadoso no es la que se pone en pequeña cantidad, como la esencia que se usa para dar sabor agradable, sino que la oración ha de estar en el cuerpo, formando la sangre y los huesos. La oración no es un deber sin importancia que podamos colocar en un rincón; no es el hecho confeccionado con los fragmentos de tiempo que hemos arrebatado a los negocios y otras ocupaciones de la vida; sino que exige de nosotros lo mejor de nuestro tiempo y de nuestra fuerza.” (Poder de la oración).

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