La pureza o la apostasía de una iglesia depende en gran parte de sus ministros, líderes, maestros y predicadores; tal como el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento dependía de la fidelidad del sacerdocio levítico para mantener su pureza (vea Malaquías 2:1-9).
El ministerio santo, humilde, laborioso el cual Cristo instituyó en su iglesia fue grandemente usado para convertir a los hombres y mantenerlos en la obediencia evangélica. Su doctrina, su espíritu, su ejemplo, su vida y sus oraciones, su predicación y su dura labor fueron bendecidos y prosperados por Dios. Las vidas de estos cristianos respaldaron y demostraron el poder y la verdad del evangelio que predicaban.
Pero debido a la degeneración en los siglos subsecuentes, las fuentes de la religión cristiana fueron contaminadas por maestros corruptos, quienes fueron ejemplos tristes de pleitos, divisiones, ambiciones y mundanalidad.
Bajo el Antiguo Testamento, los sacerdotes guiaron al pueblo hacia dos distintos tipos de apostasía:
– Primero, guiaron al pueblo hacia la superstición y la idolatría (Jeremías 23:9-15).
Esta apostasía desembocó en la cautividad babilónica, en donde todos sus ídolos fueron enterrados en la tierra de Sinar (Zacarias 5:11).
– Segundo, después del regreso de la cautividad, los sacerdotes, por su descuido, su negligencia, ignorancia y mal ejemplo, condujeron al pueblo hacia el desprecio de Dios y de las cosas sagradas.
Esto comenzó en los días del profeta Malaquías (el último de los profetas bíblicos), y terminó en el rechazo de Cristo y la destrucción de aquella “iglesia” y nación. Cuando Cristo fue rechazado por el pueblo, fueron los líderes religiosos quienes les animaron a gritar: “Crucifícale, Crucifícale”.
De manera similar, la primera apostasía de la iglesia cristiana fue por la superstición y la idolatría, la cual llegó a su colmo en las religiones. Esta superstición e idolatría fue acompañada inevitablemente por un incremento de la maldad en la vida de toda clase de personas.
Muchas iglesias, que habían sido libradas de la superstición y la idolatría, cayeron en la mundanalidad, la sensualidad y un comportamiento profano, debido a que el ministerio en aquellas iglesias era mundano, sensual y profano.
Entonces, podemos ver cuán importante es el oficio del ministerio, en conservar la pureza de la iglesia y prevenir que caiga en la apostasía.
La pureza y bienestar de una iglesia, depende de la pureza y la fidelidad de sus ministros (Efesios 4:11-15). La iglesia florece o va a la decadencia en la proporción directa en que el ministerio florece o decae. Si los ministros son descuidados y corruptos, la gente caerá en la apostasía del evangelio. Las personas débiles no serán preservadas en donde los pastores son descuidados. Si los ministros no cuidan de ellos continuamente, los campos serán invadidos con toda clase de hierbas, espinos y maleza.
DEBERES IMPORTANTES DEL MINISTERIO.
Es un deber señalado para el ministerio mantener puras las doctrinas del evangelio, especialmente las que conciernen a la santidad. “Porque los labios de los sacerdotes han de guardar la sabiduría” (vea Malaquías 2:7 y Efesios 4:11-15). Este fue el encargo principal que Pablo dio a los líderes de las iglesias de Éfeso (Hechos 20:28-30). Pablo también encargó a Timoteo que guardara la pureza del evangelio (vea 1 Timoteo 6:13-14, 20; 2 Timoteo 2:14-15). Y esta misma doctrina del evangelio, debe también ser encomendada a otros hombres llenos de fe y que sean capaces de enseñarla a otros (2 Timoteo 2:1-2).
La Escritura, las mentes y los corazones de los creyentes, así como el ministerio ordenado, son los tres depósitos de la verdad sagrada.
La Escritura es guardada a salvo en contra de la oposición y los ataques del mundo y del infierno, por la providencia de Dios.
La verdad sagrada es guardada en la mente y corazón de los creyentes por medio del Espíritu de Cristo y de su gracia (vea Juan 14:16-17, 26; 16:13; 1 Juan 2:20-21; Juan 6:45; Hebreos 8:10-11). Es la obra del Espíritu Santo preservar la verdad en la mente y el corazón de los creyentes, aún en tiempos difíciles como los de la apostasía Romanista. Así lo hizo en los días de la apostasía de Israel, cuando le parecía a Elías que solamente él quedaba de parte de la religión verdadera. Pero Dios había guardado siete mil hombres que no habían doblado su rodilla ante Baal (1 Reyes 19:18).
Toda la predicación y enseñanza de la verdad sagrada es confiada a los que son señalados para el ministerio. La imaginación de la religión, de que la verdad sagrada se guarda en las escondidas celdas de la tradición o en tesoros fantásticos e invisibles, los cuales no requieren cuidado, ni sabiduría, ni honestidad para mantenerla pura, y que sólo ella tiene la llave para abrirlos, fue una manera por la cual la verdad y la santidad fueron echadas fuera del mundo.
El evangelio verdadero es la única raíz de donde puede crecer la santidad evangélica. Si la raíz es corrupta, el fruto también será corrupto. Es imposible mantener el poder de la santidad y la piedad cuando la doctrina de donde éstas provienen es desconocida, corrupta o despreciada.
Por otro lado, donde los hombres están cansados de la santidad, ellos no continuarán por mucho tiempo creyendo la verdad divina. La gran oposición hecha hoy en día, en contra de toda doctrina del evangelio, es debido a que a los hombres no les gusta la santidad.
Es el deber de los ministros enseñar todo el consejo de Dios. Cualquiera que no esté dotado con la sabiduría para ver lo que es útil y benéfico para sus oyentes, de acuerdo con la necesidad de su presente estado espiritual; no sabe lo que es ser un fiel ministro de Cristo.
Es el deber de todos aquellos que son designados para el ministerio, predicar todo el consejo de Dios, como Pablo lo hizo (Hechos 20:27).
Ellos deben predicar todo el consejo de Dios con cuidado, diligencia y fidelidad (2 Timoteo 4:1-2).
Como en Timoteo, estas palabras deberían sonar en los oídos de todos los ministros que desean cumplir fielmente sus deberes. ¿Acaso las almas de los hombres serán preservadas, edificadas y salvadas con menos esfuerzo que en los días de los apóstoles?
Los ministros deben predicar todo el consejo de Dios con todas sus fuerzas (Hechos 6:4; 1 Timoteo 5:17; 1 Corintios 16:16; 1 Tesalonicenses 5:12).
Los ministros deben predicar todo el consejo de Dios con oración constante (Hechos 6:4). El ministerio de la Palabra que no está respaldado con la oración para su éxito, probablemente no tendrá ninguna bendición sobre él. Pablo es el ejemplo supremo de un hombre de oración (Romanos 1:9-10). Es inútil vestirnos de toda la armadura de Dios, a menos que lo hagamos respaldados por la oración (Efesios 6:18-19).
Un ministro que predica la palabra de Dios sin orar constantemente para su éxito, probablemente está abrigando un ateísmo secreto en su corazón, y es muy improbable que su predicación produzca santidad en la vida de otros.
Es el deber de los ministros representar, a través de su vida y su ministerio, el poder y la verdad de las grandes y santas doctrinas que ellos predican.
Es el deber de los ministros demostrar en sus vidas la mansedumbre, la humildad y el celo por la causa de Dios.
Ellos deberían demostrar la moderación, la autonegación y una disposición para llevar la cruz. Sobre todas las cosas, ellos son llamados a mortificar por el Espíritu sus deseos corruptos. El rechazo hacia el mundo, la bondad y la paciencia para con todos los hombres, así como una mente celestial, deberían ser las características de un ministro de Cristo y del evangelio.
Cualquier vicio y corrupción que los hombres ven en las vidas de los ministros, no serán atribuidos a la corrupción de la naturaleza vieja que todavía permanece en ellos, sino más bien al evangelio.
Entonces, en todas las cosas, los ministros deberían ser un ejemplo de buenas obras (Tito 2:7). Deberían ser ejemplos que todos los hombres puedan seguir (2 Tesalonicenses 3:9; 1 Timoteo 4:12). Este es el honor al cual Cristo ha llamado a sus ministros.
Es el deber del ministerio, atender diligentemente a aquella norma y disciplina santa, la cual el Señor Jesucristo ha señalado para la edificación de la iglesia, y la preservación de su pureza, santidad y obediencia.
Muchos ministros son grandemente ignorantes de todo el consejo de Dios. Ellos no han sido fieles en guardar la verdad, la doctrina y los misterios del evangelio puros e incorruptibles. No tienen el deseo ni tampoco la capacidad de escudriñar los misterios de la doctrina de Cristo. Ellos menosprecian la difícil tarea de exponer fielmente las Escrituras. Entonces, multitudes perecen por falta de conocimiento. Ellos morirán en sus pecados, pero su sangre será demandada de las manos de los ministros infieles (Ezequiel 3:16-21).
La mayoría de las religiones están ignorantes. Pero esto no les importa, porque parte de su trabajo consiste en mantener al pueblo en la ignorancia de las doctrinas de la Escritura. Como resultado de esta tonta ignorancia, naciones enteras que se llaman a sí mismas “cristianas”, han degenerado en un menosprecio y un rechazo hacia las cosas santas, y han tolerado inmoralidades abominables, peores que las que son toleradas por los paganos.
Puesto que la predicación del evangelio es el único medio eficaz que Dios ha designado para regenerar y renovar la naturaleza interior de los hombres, y hacer una reforma de sus vidas (negar esto sería negar el cristianismo mismo), entonces, es en vano esperar que estas cosas sean logradas, y que la belleza y gloria de la religión sea restaurada en el mundo; a menos que un ministerio capaz sea provisto para enseñar al pueblo.
Pero a través de un ministerio infiel y corrupto, tal como el que encontramos en las religiones, la verdad ha sido degradada, corrompida y pervertida. Y aún más, hoy en día no hay ninguna doctrina que promueva la obediencia evangélica, que no haya sido menospreciada y corrompida.
Para que la verdad sea guardada pura, debemos orar a Dios. Solamente a través de su gracia, el ministerio será capacitado para mantener la Palabra de Dios, libre de corrupción.
Muchos ministros son flojos, fríos e indiferentes en cuanto su obra. Muy pocos se entregan diligentemente, de todo corazón y con toda su fuerza y capacidad a la obra del ministerio. Muy pocos tienen celo por la gloria de Dios y una compasión sincera por las almas de los hombres.
¿Acaso puede alguien imaginarse que los deberes cotidianos de las religiones sean los medios que Dios nos ha dado en su palabra, para mantener el poder y la belleza del cristianismo?
Muchos ministros son abiertamente ambiciosos, implacablemente codiciosos, orgullosos, sensuales, aborrecedores de aquellos que son buenos, y compañeros de los hombres más malvados; de esta manera manifiestan los hábitos depravados de su mente.
Cuán grande es la diferencia que vemos, al comparar a estos hombres con los apóstoles y los primeros predicadores del evangelio.
Ojalá que Dios vuelva a hacer lo que dijo en Jeremías 3:15 “Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten de ciencia y de inteligencia”.
Solamente un poderoso avivamiento del ministerio evangélico, servirá para volver a la iglesia de su actual apostasía, y restaurarla a aquel estado glorioso, que verdaderamente traerá gloria a Dios en el mundo.