
Muchos que han recibido las grandes doctrinas del evangelio, después las abandonan, diciendo que no encontraron nada en ellas. Entonces para impedir que esto nos suceda, debemos considerar porqué estas personas no encontraron nada satisfactorio en el evangelio y porqué dieron la espalda a las grandes doctrinas de la gracia.
LA IGNORANCIA DE SU NECESIDAD DE JESUCRISTO PARA SALVACIÓN.
La primera razón principal por la cual muchos abandonan las doctrinas de gracia del evangelio es porque ignoran su necesidad de Jesucristo y de su gracia para vida y salvación. Esto es lo que les ha conducido a perder interés en El.
Tales personas nunca han experimentado un profundo sentido de su necesidad personal de Cristo, tal como fue experimentado por los oyentes del día de pentecostés y por el carcelero de Filipos (vea Hechos 2:37; 16:30).
Si ellos han experimentado una verdadera convicción de su necesidad de Cristo y si han experimentado su poder para satisfacer su necesidad, entonces ¿Por qué le han abandonado? Una persona que ha sido verdaderamente convencida de su necesidad de Cristo para perdón y salvación, y como resultado le ha recibido por la fe, jamás le abandonará.
Para ser verdaderamente convencidos de nuestra necesidad de Cristo, debemos ser convencidos, primero, de la naturaleza, la culpa, la contaminación, el poder y el castigo del pecado, puesto que El vino para salvarnos de nuestros pecados. Nadie se hubiera preocupado por mirar hacia la serpiente de bronce, si no hubiera sido mordido primero por las serpientes y fuera consciente de su peligro de muerte. Entonces, ninguno mirará a Cristo, salvo aquellos que están conscientes de que han pecado y de que seguramente perecerán, si Cristo no les salva.
Es la obra de satanás excusar el pecado y hacer que la práctica de él sea más aceptable. Su meta es hacer que parezca que nosotros no necesitamos de Cristo y su sacrificio. Los hombres están muy dispuestos a creer que no están bajo el poder del pecado original y que son esencialmente buenos, aunque no perfectos. Los pecados espirituales contra el evangelio, son considerados como nada y como cosa de risa. Las inmoralidades contra la ley son tratadas a la ligera y fácilmente pasadas por alto.
Hoy en día, la persona y los oficios de Cristo no son considerados como de gran importancia y por lo tanto, son poco enseñados y predicados. Solamente la convicción de nuestra desesperada necesidad de Cristo de salvarnos de la culpa, el poder, la corrupción y el castigo del pecado, nos impulsará a Cristo y nos guardará del peligro de alejarnos de Él.
Para ser verdaderamente convencidos de nuestra necesidad de Cristo, debemos primero ser convencidos de que nuestra mejor justicia es insuficiente para prepararnos para estar en pie delante de Dios en el día del juicio. Una comprensión solemne de nuestra total incapacidad para hacer algo bueno y aceptable a Dios sin Cristo, la completa insuficiencia de nuestros mejores hechos para pasar la prueba del juicio divino, nos mantendrán siempre conscientes de nuestra necesidad de Cristo y su justicia.
¡Considere cuán lejos quedamos en la realización de todos nuestros deberes, de la norma de santidad requerida, y como nuestras mejores justicias son como un trapo de inmundicia! (Isaías 64:6).
La carencia de un sentido correcto de la pecaminosidad de nuestras mejores obras, conduce al sueño de la autoperfección, la autojusticia y la autojustificación. Tales sueños conducen al menosprecio de Cristo y su justicia.
¿Quién buscaría por otra justicia, cuando está convencido de que puede ser justificado ante Dios en base a su propia justicia?
Antes de que las personas vengan a Cristo y permanezcan con El, necesitan saber que son pecadores perdidos, condenados y malditos ante los ojos de Dios. Ellos necesitan ver que solamente Cristo ha hecho la propiciación perfecta para el perdón de sus pecados y su liberación del castigo eterno. Las personas necesitan saber que sin Cristo no tienen ninguna justicia para mantenerse en pie delante de Dios, y que solamente Cristo les puede revestir con aquella justicia perfecta la cual es aceptable a Dios, puesto que Él ha cumplido todas las demandas de su santa ley.
Esta es la fe de los elegidos de Dios contra la cual todas las obras y engaños de satanás no pueden prevalecer. La unión de la revelación divina con la experiencia verdadera, es invencible. Pero aquellos que nunca han visto su desesperada necesidad de Cristo para estas cosas, jamás perseverarán creyendo en El, y tampoco permanecerán en la fe en los tiempos de persecución y de tentaciones fuertes.
LA CARENCIA DE UNA VISION ESPIRITUAL DE LA GLORIA DE CRISTO EN SU PERSONA Y OFICIOS.
Bajo el Antiguo Testamento, Cristo fue revelado en los símbolos de las ceremonias de la adoración veterotestamentaria y en las promesas de Dios. Estas cosas eran la vida de la fe de los creyentes bajo el Antiguo Testamento. Abrahán vio el día de Cristo y se regocijó (Juan 8:6). Estas cosas eran estudiadas diligentemente y consideradas junto con las demás promesas divinas dadas en las profecías. (1 Pedro 1:11; Mateo 13:17). Ellos esperaban ver al Rey Mesías en toda su gloria (Isaías 33:7). La gloria y la vida de toda la religión veterotestamentaria y de todo el compañerismo con Dios, descansaban en estos símbolos, sacrificios y servicios, junto con las promesas dadas en las profecías. Y todas las promesas descansaban en la primera promesa dada a Adán y Eva en el jardín del Edén.
Cristo era el “todo” para ellos tal como lo es para nosotros. Si quitamos a Cristo y sus oficios del Antiguo Testamento, entonces éste queda sin valor y significado. La razón por la cual los judíos rechazaron a Cristo en su venida, fue porque ellos le vieron “sin atractivo para desearle” (Juan1:11; Isaías 53:2). Entonces, nadie permanecerá fiel a Cristo, si no tiene la capacidad de discernir la gloria de su persona y de sus oficios.
El fundamento de la fe apostólica fue una visión personal y espiritual de su gloria, la gloria del Hijo unigénito de Dios (Juan 1:14). Y lo que los apóstoles habían experimentado personalmente, trataron de compartirlo con otros, para que ellos también creyeran y tuvieran compañerismo con El (1 Juan 1:3). Esta es la piedra fundamental de la iglesia (Mateo 16:16-18). Y cualquiera que no edifique sobre esta roca, edifica sobre la arena y no permanecerá cuando sobrevenga la tormenta. Entonces, aquellos que no conocen a Cristo personalmente como su cabeza, serán engañados y vanamente hinchados por sus propias mentes carnales, cayendo en muchos errores necios (Colosenses 2:18-19). El fundamento completo de toda la fe evangélica, descansa en la gloria de la persona y los oficios de Cristo (Hebreos 1:2-3; Colosenses 1:15-16). Es solamente este conocimiento de Él, lo que nos conducirá a menospreciar todas las demás cosas en comparación con El (Filipenses 3:8-10).
Entonces, solamente una visión espiritual de la gloria de Cristo nos preservará de la apostasía de las doctrinas de gracia en el evangelio. La obra impía de satanás consiste en permitir la enseñanza de la plena doctrina acerca de la persona de Cristo, pero al mismo tiempo en hacer que parezca que Él es de muy poca ayuda en el asunto de nuestra salvación. (Nota del traductor: Esta es la manera en que la doctrina de Cristo es tratada en la Iglesia Católica). Esto es pelear contra el Rey de Israel.
LA AUSENCIA DE UNA EXPERIENCIA PERSONAL DEL PODER DEL ESPIRITU Y LA GRACIA DE CRISTO PARA LA MORTIFICACION DE PECADO.
Se necesitan la sabiduría espiritual y la fe para buscar la ayuda del Espíritu y la gracia de Cristo, para mortificar el pecado, por el poder de su muerte. La razón humana no iluminada no puede entender nada de este asunto. De hecho, éste y todos los demás misterios del evangelio le son locura.
La mortificación del pecado es un deber cristiano al cual la naturaleza corrupta se opone. “Si por el Espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13-14). Cuando los hombres están conscientes del gran poder del pecado que mora en ellos, o se entregarán a su poder como “esclavos del pecado”, proveyendo para satisfacer los deseos de la carne; o, por otra parte, buscarán algún medio para mortificar y refrenar el pecado que está en ellos.
Muchos comienzan confiando en la ayuda y la fortaleza del Espíritu Santo, pero terminan confiando en sí mismos y en sus propios esfuerzos. Entonces, puesto que ya no luchan contra el pecado con la ayuda y la fortaleza del Espíritu, encuentran que el pecado es demasiado poderoso, y así terminan entregándose a sí mismos al servicio de él.
¿Por qué se someten tantas personas a las penitencias, a las disciplinas severas y las autoflagelaciones en la Iglesia Católica? Ellos lo hacen porque ignoran el verdadero y el único camino de mortificación del pecado. Este verdadero y único camino es a través del Espíritu de Cristo morando en los verdaderos creyentes. Aquellos que ignoran el camino divino para mortificar el pecado, están en peligro de no hacerlo del todo y así terminarán entregándose como siervos del pecado.
LA IGNORANCIA DE LA JUSTICIA DE DIOS.
Fue debido a la ignorancia de la justicia de Dios que los judíos trataron de establecer su propia justicia (vea Romanos 10:3). Los judíos procuraron justificarse a sí mismos por la obediencia de la ley (Romanos 9:31-32).
Ellos pensaban que eran los únicos que sabían más acerca de la justicia de Dios, porque eran los maestros de la ley (Romanos 2:17-20).
La justicia de Dios puede significar tres cosas. Puede significar la justicia de Dios mismo, puede significar la justicia que la ley de Dios requiere o puede significar la justicia que Dios ha provisto para la justificación de los pecadores. Es esta última justicia la que es predicada en el evangelio.
Pero antes de que podamos tener una apreciación verdadera de la justicia que Dios ha provisto para nosotros para nuestra justificación, debemos tener una comprensión verdadera de la justicia de Dios mismo y de la justicia requerida por su ley.
La justicia de Dios mismo.
Un entendimiento correcto de la pureza infinita y gloriosa santidad de la naturaleza divina, y de la absoluta y eterna justicia de Dios como el Señor y Juez de todos, nos enseñará cual concepto deberíamos tener de nosotros mismos, y de nuestra necesidad de una justicia perfecta para estar en pie delante de Él (Hebreos 12:29; Éxodo 34:7; Romanos 1:32; Josué 24:19).
Cuando los hombres ven la justicia del carácter de Dios, y le tienen reverencia y temor, entonces no confiarán tan fácilmente en su propia justicia. Las Escrituras enseñan que hay dos clases de personas que entienden correctamente la justicia y el carácter divino. Estas son, primeramente, los pecadores culpables convictos; y segundo, los creyentes santos y humildes.
Los siguientes ejemplos muestran lo que los pecadores convictos piensan de sí mismos y de su propia justicia: Adán (Génesis 3:10); y otros (Isaías 33:14; Miqueas 6:6-7). Ellos piensan en huir y esconderse de la presencia de Dios o tratan de propiciar sus pecados (lo cual no es posible), o son vencidos por la desesperación. Recomiéndeles en tal estado a que confíen en su propia justicia y ellos pensarán que usted se está burlando de ellos para incrementar su sentido de miseria y su horrible desesperación.
Los creyentes humildes y sinceros, todos reconocen que la santidad y justicia de Dios son tan altas, que nadie puede comparecer ante El con su propia justicia (Job 4:17,19, 9:2; Salmo 130:3; 143:2). Es la falta de meditación en esta verdad lo que ha conducido a muchas ideas presuntuosas acerca de la justificación de los pecadores.
Cuando las Escrituras hablan de la justificación, nos enseñan que no debemos tratar de entenderla, mientras que no nos hayamos visto como Dios nos ve (Salmo 143:2; Romanos 3:20). Solamente entonces podremos considerar lo que se necesita para estar en pie delante de Él.
Pero los hombres, ignorando el carácter justo de Dios, piensan que Dios es como ellos, es decir, que no es tan santo en sí mismo, o que no exige una norma tan alta de santidad en nosotros. Ven a Dios como alguien que no está tan preocupado acerca de sus obligaciones y mucho menos acerca de sus pecados. Entonces, no es sorprendente que los hombres piensen que pueden ser aceptados por Dios en base a su propia justicia.
Algunos enseñan que no hay tal severidad en Dios contra el pecado, ni tal santidad en El como para provocar su ira contra el pecado. Así es que todas las ideas basadas en una justicia propia o en la justificación por obras, siempre han producido vidas caracterizadas por una norma moral muy baja.
Cuando la justificación por obras fue entronizada por el papado, antes de la Reforma, las vidas de las personas eran particularmente brutales y crueles en su impiedad. La mayoría de sus buenas obras eran simplemente un intento de aplacar a Dios y sus conciencias debido a su inmoralidad y horribles vicios.
La justificación por obras servía supuestamente para producir santidad y justicia entre los hombres, pero solamente tuvo éxito en producir injusticia e impiedad en sus vidas. La razón fue debido a que, las mismas ideas erróneas de Dios, las cuales les permitían suponer que podían ser justificados ante sus ojos por sus buenas obras, también les permitían cumplir sus concupiscencias, porque creían que Dios no sería tan duro, como para tratar sus pecados con gran severidad.
La autojusticia y la baja moralidad siempre han ido juntas. Solamente la gracia y la justificación por la fe sola en la justicia imputada de Cristo, pondrán fin al pecado. El que, por una parte, conduce a los hombres a confiar en su propia justicia, en la misma manera abre la puerta para sus pecados.
La justicia la cual la ley de Dios exige de nosotros.
Si las personas estuviesen familiarizadas con la pureza, la espiritualidad y la severidad de la ley, jamás se engañarían con el sueño de que su propia justicia pudiera satisfacer sus demandas.
Pero cuando los hombres piensan que la ley de Dios se preocupa solo por el comportamiento externo y los “pecados mayores”, entonces fácilmente se excusan a sí mismos con muchas distinciones y exposiciones farisaicas de la ley. Cuando no reconocemos que el propósito verdadero de la ley es para examinarnos, a fin de ver si alcanzamos las normas de la imagen de Dios en nuestros corazones, nuestras almas, mentes y comportamiento externo (la imagen en la cual fuimos creados originalmente) es entonces que podemos estar satisfechos con nuestra propia justicia. Pero la verdad es que la ley castigará la más pequeña desviación de aquella imagen.
La justicia que Dios ha provisto para nosotros en el evangelio. (Romanos 10:3-4).
Esta es la justicia “que es por fe” (Romanos 9:30). La justicia de Dios es aquella justicia la cual Cristo realizó a favor de nosotros, en su vida perfecta de obediencia a la ley. También es la satisfacción perfecta que El dio a las demandas de la infinita justicia divina, a través de sus sufrimientos y muerte en la cruz. Aquellos que ignoran esta justicia, siempre tratarán de establecer la suya propia y confiarán solamente en ella. Pero cuando una persona es convicta de sus pecados, su boca es cerrada y permanece como culpable delante de Dios. Entonces, el evangelio de la justicia de Dios le es predicado (Romanos 3:21-26; 5:18-19).
La persona que verdaderamente ha confiado en Cristo, como aquel que ha cumplido toda la ley en su lugar, y le ha librado de todas sus demandas para justificación delante de Dios, jamás tratará a la ligera o menospreciará la justicia de Cristo imputada en su cuenta. Cuando los hombres menosprecian, descuidan o rechazan la justicia de Cristo que fue realizada por nosotros, entonces “le crucifican de nuevo y le exponen a vituperio”.
Cuando personas dicen que ya han probado la justicia de Cristo y no encontraron nada en ella, y que ahora están confiando en su propia justicia, ellos le deshonran grandemente y acarrean sobre sí mismos todo el juicio y la ira de Dios, debido a su apostasía perversa.
LA FALTA DE VOLUNTAD PARA SOMETERSE A LA SOBERANIA DE DIOS.
La soberana e infinita sabiduría y gracia de Dios, es el único fundamento del pacto de la gracia, en el cual Dios promete la salvación eterna, a todos aquellos que ponen su fe en Jesucristo para justificación. La soberanía de la sabiduría divina se manifiesta a través de todo el misterio del evangelio y es la razón para la encarnación del Hijo de Dios, y por qué El haya sido lleno de toda gracia, para ser el Salvador de los pecadores (Juan 3:16; Colosenses 1:19; Juan 1:16).
La sabiduría soberana y gracia de Dios, enviaron a Cristo para ser nuestro sustituto y dar el pago por nuestros pecados, siendo castigado en nuestro lugar (Isaías 53:6,10; 2 Corintios 5:21). La elección eterna también surge de la soberanía de la sabiduría y gracia divinas (Romanos 9:11,18). De igual manera, el llamamiento interno y eficaz del Espíritu, que trae a los pecadores al arrepentimiento y la fe, a través de la predicación del evangelio, también está fundado en la soberanía de Dios (Mateo 11:25-26).
La justificación por la fe, es también el efecto de la sabiduría infinita y la gracia soberana de Dios (Romanos 3:30). Y se puede decir lo mismo respecto a todos los demás misterios del evangelio. El amor soberano, la gracia y bondad, son derramados sobre aquellos que Dios escoge para ser salvos. Y por medio del evangelio nos es propuesta esta verdad como algo que debería ser recibido y creído.
Pero la mente inconversa, carnal y no espiritual, no se agrada con ninguna de estas cosas y se levanta en oposición a ellas. No puede tolerar la idea de que deberíamos someternos a la voluntad, sabiduría y beneplácito de Dios, aun cuando no podamos entenderlos. Entonces, para la mente carnal, la encarnación y la cruz de Cristo le son locura (1 Corintios 1:23-25). Los decretos de Dios respecto a la elección y reprobación son considerados como injustos y contrarios a toda religión (Romanos 9:17-21). La mente carnal considera que la justificación por la imputación de la justicia de Cristo, pervierte la ley y hace que nuestra justicia sea innecesaria. En la misma manera, la mente carnal se levanta en oposición a todo el misterio del evangelio. Se opone a sus doctrinas, mandamientos y promesas porque se encuentran fundadas en la soberanía de Dios. Resiste a aquella fe que descansa en darle toda la gloria a Dios, y en creer las cosas que están por encima de la razón humana, finita y limitada. Todo el evangelio es repulsivo a la razón humana corrupta y egoísta (Romanos 11:18-21).
Entonces, en oposición a la soberana voluntad y sabiduría divinas, los hombres establecen su propia “luz” interna, como la norma por la cual las verdades del evangelio deberían de ser medidas. En vez de llegar a ser “necios” y someter sus razonamientos y sabiduría a la soberanía de Dios (para ser verdaderamente sabios), ellos se han desviado en sus propios razonamientos y se han vuelto orgullosos de su necedad.
No hay un camino más ancho hacia la apostasía que el de rechazar la soberanía de Dios en todas las cosas que conciernen a la revelación de sí mismo y nuestra obediencia. Pero los hombres rechazan el traer todo pensamiento “cautivo a la obediencia de Cristo”. De este rechazo a someterse a la soberanía de Dios en todas las cosas (incluso en nuestra salvación eterna), surgió el Pelagianismo, el Arminianismo y toda herejía que existe hoy en día.
LA AUSENCIA DE EVIDENCIAS EN SI MISMOS DE LA AUTORIDAD DE LAS ESCRITURAS.
Quien no ha experimentado por sí mismo las evidencias divinas que Dios ha puesto en las Escrituras, como prueba de su origen divino, no puede permanecer firme cuando surjan los problemas y la persecución. Dios solo se fija en aquellos que tiemblan ante su palabra y que reconocen su autoridad en ella. Pero en donde se carece de la experiencia personal de la autoridad divina en las Escrituras, los “indoctos e inconstantes” se atreven a “torcer las Escrituras para su propia destrucción” (2 Pedro 3:16); o como sucede en muchos otros, prefieren otras cosas tales como las tradiciones o los razonamientos humanos, en lugar de las Escrituras, o colocan estas cosas al mismo nivel de autoridad que las Escrituras.
Por lo tanto, no es suficiente que solo asintamos a la verdad de la palabra de Dios, a menos que hayamos experimentado también su poder y nos hayamos sometido a sus reclamos hechos en el nombre de Dios, sujetando nuestras almas y conciencias completamente a ella. Contra de esto, toda imaginación de la mente carnal se exalta a sí misma, y reclama el mismo derecho y autoridad que posee la santa palabra de Dios. El resultado de todo esto es que Dios entrega a los hombres a “un poder engañoso para que crean la mentira”, porque “no recibieron el amor a la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:10-11). Y cuando las cosas llegan a este punto, entonces satanás les conduce a un sin número de errores, que les vuelven obstinados y tercos en sus herejías.
Esta es la primera forma en que los hombres apostatan del evangelio. Ellos no encuentran ningún beneficio personal en sus doctrinas, y así rechazan aquello que fue planeado por la sabiduría infinita de Dios, y realizado por su glorioso Hijo. Ellos “crucifican de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, exponiéndole a vituperio”.