
Dar la espalda a la verdad del evangelio después de haberlo recibido, es un pecado que trae la culpa más grande posible y que produce los resultados más perniciosos.
Bajo el Antiguo Testamento, Dios se quejaba frecuentemente a través de sus profetas de que su pueblo “le había dejado” y se había alejado de Él. Esto quería decir que ellos habían abandonado su doctrina y las instituciones de su ley, las cuales eran los medios de comunicación y compañerismo entre El y su pueblo. (Deuteronomio 28:20; 1 Samuel 8:8; 2 Crónicas 34:25; Jeremías 5:7, 19 y 16:11).
Para convencerles de su horrible trato hacia Él, Dios les pide que le muestren cual iniquidad habían visto en El, y cual daño les había hecho, como les había decepcionado de modo que se cansaran de sus leyes y de su adoración, rechazándolas a favor de dioses falsos y caminos malvados. Esto solamente les traería graves problemas tanto en este mundo como en el próximo. (Jeremías 2:5; Ezequiel 18:25).
Si no había nada en las leyes y en la adoración de Dios para justificar sus quejas; si todas eran santas justas y buenas; si en observarlas había grande recompensa; si a través de ellas Dios les hacía bien y no mal todos sus días, entonces no existía pretexto para su necedad e ingratitud.
Pero todos aquellos que abandonan las doctrinas del evangelio, después de haberlas recibido y haber profesado abiertamente ser el pueblo de Cristo, son mucho peor de lo que los judíos jamás lo fueron. La culpa de aquellos que apostatan del evangelio después de haberlo recibido, es mucho más grande que la rebeldía idólatra de los judíos antiguos; porque el evangelio es una revelación más clara y mucho más gloriosa que aquella revelación dada bajo la ley.
¿Cuáles cargos pueden traer los apóstatas contra el evangelio para justificar su necedad e ingratitud?
¿Por qué es entonces que algunos rechazan y abandonan el evangelio después de haberlo recibido?
CAUSAS Y RAZONES DE LA APOSTASIA DEL EVANGELIO:
- Los hombres abandonan el evangelio debido a la enemistad arraigada en sus mentes en contra de las cosas espirituales. “Los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Romanos 8:7).
- La mente inconversa no quiere someterse a la revelación dada de la mente y la voluntad de Dios en Cristo.
- El hombre natural (no espiritual) es un “enemigo de la cruz de Cristo” (Filipenses.3:18).
- El hombre natural profesa “conocer a Dios; más con los hechos lo niega, siendo abominable y rebelde, reprobado para toda buena obra” (Tito 1:16).
Cuando el evangelio fue predicado por primera vez, muchos fueron convencidos de la verdad y lo recibieron con gozo, porque fue confirmado por milagros. Pero sus corazones y mentes no estuvieron reconciliados en lo más mínimo con las doctrinas del evangelio (Juan 2:23-24; Hechos 8:13).
Después del milagro de la alimentación de los cinco mil con cinco panes y dos peces, el pueblo estaba preparado para recibir la doctrina de Cristo acerca del “pan de vida que descendió del cielo”. Le dijeron: “Señor, danos siempre este pan” (Juan.6:34). Pero su enemistad natural a las cosas espirituales permanecía en ellos. Entonces cuando Cristo comenzó a enseñarles los misterios celestiales, ellos inmediatamente “comenzaron a murmurar contra él” y “contender entre sí” y considerar lo que estaba diciendo como una “palabra dura” (Juan.6:41, 52 y 60).
Cristo da la razón de su incredulidad. Ellos no fueron capaces de recibir y creer su enseñanza hasta que el Padre se los concediera, quitando la enemistad de sus mentes carnales y trayéndoles a Cristo (Juan.6:64-65).
Lo que la multitud consideraba como duro e ininteligible, sus discípulos las entendieron como “palabras de vida eterna” (Vers.68).
LO QUE LAS VERDADES EVANGÉLICAS DEBERIAN LOGRAR EN LOS CORAZONES DE LOS HOMBRES:
El propósito de las verdades evangélicas es lograr que los hombres ya no se miren a sí mismos, ni a su justicia propia para obtener paz y gloria futura, sino a Cristo y su justicia.
Las verdades evangélicas tienen el propósito de renovar las mentes corruptas, las voluntades y deseos pecaminosos de los hombres. Esto es a fin de que sean conformados a la imagen y semejanza de Dios y así restaurados; en cuerpo, alma y espíritu, a una vida de entrega y obediencia santa a Dios.
Muchos hombres bajo convicción e impulsados por motivos y razones naturales reciben el evangelio como verdad. Pero cuando esa verdad es aplicada a sus conciencias, voluntad y deseos y son llamados al arrepentimiento de sus propios caminos, y a caminar en los caminos de Dios, entonces este viejo enemigo se levanta y se opone.
Las verdades evangélicas son fácilmente recibidas bajo los términos del arminianismo, donde le es permitido al arraigado enemigo retener el control de sus decisiones y permanecer como autosuficiente. Pero, cuando estas verdades argumentan la incapacidad humana de arrepentirse y creer sin la gracia de Dios obrando primero en el corazón, entonces, esa enemistad alega a favor del libre albedrío y resiste con toda su fuerza la soberanía de Dios en la salvación de los hombres.
LA ENEMISTAD CONTRA LA REVELACION NATURAL
Pablo describe el curso que toma la enemistad del hombre en contra de la revelación natural (Romanos 1:18-32). Ellos no podían negar la revelación de Dios, su eterno poder y su divinidad manifiestos en la creación, debido a que ellos no podían negar la realidad de la existencia del universo, ni de su propia existencia como parte de la creación de Dios. Como no quisieron retener el conocimiento de Dios en sus mentes, ellos suprimieron la verdad con injusticia (vers.18). En vez de adorar a Dios, se entregaron a sí mismos a una idolatría abominable y a concupiscencias bestiales.
LA ENEMISTAD CONTRA LA REVELACION SOBRENATURAL
Pablo muestra también que ocurre lo mismo con la revelación sobrenatural. El misterio de la iniquidad pudo obrar debido a que los hombres “no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:10). Primero, ellos rehusaron permitir que la verdad tuviera algún efecto en sus vidas, y después la menospreciaron por los errores viles y groseros de la superstición.
Hay ejemplos de cómo toda clase de hombres que han recibido ideas falsas, vanas y necias (las cuales están arraigadas en sus mentes por intereses poderosos y prejuicios), no se arrepentirán de sus errores, aún y cuando la verdad les sea presentada en una forma poderosa, y sea acompañada por evidencias infalibles y advertencias de los peligros más temibles si no se arrepienten. Vemos ejemplos de esta clase de persona en los creyentes falsos, las sectas y las herejías que abundan hoy en día.
Hay dos grandes ejemplos de esto en la historia: Los judíos y la Iglesia de Roma. Hasta el día de hoy, los judíos continúan obstinadamente aferrados en la más irracional incredulidad y apostasía de la fe de su padre Abraham, a pesar de las dificultades más terribles y los desastres más horribles que han venido sobre ellos.
La Iglesia de Roma hasta el día de hoy sigue aferrada obstinadamente a sus errores, idolatría, blasfemia y supersticiones, aunque abunda en hombres sabios y eruditos. Aún reyes y gobernantes de naciones han apoyado neciamente sus errores, impiedades, supersticiones e idolatrías. No importa cuán necia y reprobable sea una religión, siempre habrá aquellos que se aferran tenazmente a ella. Una vez que el error es recibido como verdad, se arraiga más firmemente en la mente carnal de lo que la verdad lo hace o puede hacer, esto ocurre mientras que la mente permanece como no renovada. La razón para explicar esto es que el error en alguna manera u otra es compatible con la mente depravada, y no existe nada en el error que despierte la enemistad natural hacia Dios y las cosas espirituales (esta enemistad natural está arraigada en los corazones de los hombres).
La mente, habiendo caído de la verdad y la bondad, vaga voluntariamente en los caminos torcidos de su propia invención, determinando por sí misma el bien y el mal, y lo que es verdadero y falso (Eclesiastés 7:29). Esto es porqué “el misterio de la iniquidad” tuvo tanto éxito en levantar la gran apostasía, la cual alcanzó su colmo en la Iglesia de Roma.
El peligro de la apostasía siempre estará presente si los hombres solo reciben la verdad en sus mentes, pero no la aman en sus corazones, ni se someten de buena gana a ella en sus voluntades. A menos que esta enemistad sea conquistada y echada fuera; a menos que la mente sea librada de su depravación; a menos que la verdad obre poderosamente y eficazmente sobre el corazón y el alma; a menos que la verdad sea aprendida “como es en Jesús”, de modo que los hombres “se despojen de su comportamiento anterior, del viejo hombre” (el cual está viciado conforme a los deseos del error) y se vistan del nuevo hombre el cual es creado a la imagen de Dios en justicia y santidad de la verdad; a menos que amen la verdad y la estimen por la paz espiritual, poder y libertad de espíritu que les trae, entonces caerán y apostatarán en el tiempo de la persecución y abandonarán el evangelio a cambio de otras cosas.
Esta enemistad del corazón es la causa primera y la razón de porque muchos apostatan de la doctrina del evangelio después de haberla recibido. La única manera para prevenir esta apostasía del evangelio es amando la verdad y experimentando su poder en el corazón. La religión verdadera pudiera ser establecida por la ley y apoyada y defendida por las autoridades humanas, pero a menos que esta enemistad sea desarraigada de los corazones de los hombres, y el amor por la verdad sea plantado en su lugar, no habrá ninguna defensa real contra la apostasía.
¿Cómo es posible que después de una reforma tan gloriosa, los hombres pudieran caer nuevamente bajo la influencia del papado? (Nota: Aquí el autor se refiere a la reforma protestante en Europa, la cual libró a muchos pueblos del dominio del papado.)
¿Qué podrá prevenir que el papado vuelva otra vez a manchar esta nación (Nota: El autor se refiere a Inglaterra en el año 1676) y otras naciones en el mundo?
¿Acaso servirían severas leyes que prohíban su regreso? Nunca. Y de todas formas las leyes severas con sus sanciones terribles nunca traerán gloria a la religión verdadera. ¿Acaso los libros escritos para refutar sus errores servirían? Nunca. Muy pocos los leerán y los tomarán en serio.
La única cosa que lo hará es la comunicación eficaz del conocimiento de la verdad del evangelio a los corazones de los hombres, por el Espíritu Santo. La doctrina evangélica debe ser entendida por la mente, amada por el corazón y obedecida voluntaria y gozosamente por la voluntad (Romanos 6:17). Solamente cuando el poder y el amor de la verdad son implantados en los corazones del pueblo, solo entonces el papado será echado fuera de nuestra tierra nuevamente.
A menos que los hombres conozcan el verdadero valor del evangelio y el bien que el evangelio les traerá si lo reciben en sus corazones y lo ponen en práctica en sus vidas, es necio pensar que permanecerán fieles a él. Cuando surjan dificultades dirán “es necio servir a Dios en esta manera ¿cuál beneficio hay en guardar sus mandamientos?”.
Pero cuando Dios, por medio del evangelio, “resplandece en los corazones de los hombres para darles la luz y el conocimiento de su gloria en la faz de Jesucristo”; cuando encuentran que sus conciencias han sido libradas del yugo intolerable de la superstición y la tradición, y esto por la palabra de verdad la cual han recibido, entonces son nacidos de nuevo para una esperanza viva de vida eterna, su hombre interior es renovado y sus vidas transformadas. Entonces su esperanza de inmortalidad se encuentra bien fundada y ellos, por la gracia y la fortaleza del Espíritu, permanecerán en la verdad hasta el fin de sus vidas, cualquiera que fueran las cosas que les pudieran sobrevenir.
Ninguna forma meramente externa de la religión verdadera se mantendrá firme ante los avances de la apostasía romana. Solamente la predicación fiel del evangelio, con un ejemplo de celo y santidad en aquellos por quienes es predicado, ganando los corazones del pueblo a las verdades evangélicas proclamadas, engendrando en todos los oyentes un deleite que les conduzca a someterse voluntariamente a Cristo y a confiar solamente en El para su salvación; mostrando por una santa obediencia a su voluntad que la palabra ha sido implantada poderosa y eficazmente en sus corazones, solamente estas cosas detendrán el avance insidioso de la apostasía romana.
Este es el único camino que Dios ha ordenado y el cual El bendice (Hechos 20:32). Pero alguno dirá: “Que sin duda los apóstoles tenían una gran ventaja que nosotros no tenemos, porque estaban equipados con dones extraordinarios, mientras que nosotros solamente tenemos dones ordinarios”.
Los apóstoles tenían dones extraordinarios porque fueron llamados a hacer una obra extraordinaria. Nosotros somos llamados a una obra ordinaria, entonces el Espíritu nos equipa con dones ordinarios. Pero el Espíritu Santo puede hacer que sus dones ordinarios sean igualmente eficaces como sus dones extraordinarios. No fueron los milagros lo que desarraigó la enemistad del corazón de los hombres e implantó el verdadero arrepentimiento y la fe, sino más bien la obra regeneradora del Espíritu Santo.
Cristo hizo muchos milagros poderosos, y sin embargo no creyeron en El (Juan 12:37). Pablo dice al joven Timoteo que vendría tiempo cuando la sana doctrina ya no sería tolerada. Debido a esto, los hombres escogerían maestros quienes predicarían solo aquello que la gente quisiera escuchar, y como resultado se apartarían de la verdad y se volverían a las fábulas. (2 Timoteo 4:3-4). Entonces, ¿Qué debería hacer Timoteo para evitar que esto pasara? Pablo dice: “Requiero yo pues delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino. Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende; exhorta con toda paciencia y doctrina…vela en todo, soporta las aflicciones, haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Timoteo 4:1-2, 5). Esta es la obra ordinaria a la cual somos llamados y para la cual el Espíritu nos equipa con dones ordinarios.
Así pues, Pablo describe a aquellos que fueron convertidos a Dios como aquellos que eran “esclavos del pecado”, pero habiendo obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fueron entregados, fueron librados del pecado y hechos esclavos de la justicia (Romanos 6:17-18).
COMO LA IGLESIA APOSTATA PRESERVA Y AVANZA SU RELIGIÓN
Primero por el uso de la fuerza.
La Iglesia de Roma siempre ha defendido el uso de la fuerza para ambas cosas, la preservación de su religión y el avance de ella en el mundo. Pero, ¿Como pueden los creyentes tener paz y gozo en Dios a través de Jesucristo, mientras llevan el terror, la persecución, la ruina y la destrucción a otros en la mera defensa de su religión? ¿Hizo Cristo, el Príncipe de paz, uso de la fuerza para preservar y avanzar su causa en el mundo?
Segundo, acomodando su religión a los deseos pecaminosos y concupiscencias de los hombres.
La iglesia apóstata permite que los hombres continúen en pecado, pero al mismo tiempo den la apariencia de ser verdaderos cristianos. Los hombres por naturaleza son extraños y enemigos a Dios en sus mentes, haciendo malas obras (Colosenses.1:21). “Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón: Los cuales después que perdieron el sentido de la conciencia, se entregaron á la desvergüenza para cometer con avidez toda suerte de impureza” (Efesios 4:18-19).
Con tal amor hacia el pecado y con la enemistad arraigada hacia Dios y hacia su evangelio, es imposible que no odien secretamente la verdad. Ellos aman las tinieblas más que la luz (Juan.3:19-20).
Aman la alabanza de los hombres más que la alabanza de Dios (Jn.12:42-43). Ellos pudieran aparentar recibir la verdad, pero no la aman (2 Tesalonicenses 2:10).
Pablo advierte a Timoteo que “Esto también sepas, que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos: Que habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, detractores, desobedientes a los padres, ingratos, sin santidad, sin afecto, desleales, calumniadores, destemplados, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, arrebatados, hinchados, amadores de los deleites más que de Dios; teniendo apariencia de piedad, más habiendo negado la eficacia de ella” y Pablo dice: “a éstos evita” (2 Timoteo 3:1-5).
Entonces, la iglesia o tenía que obedecer este mandamiento apostólico o acomodarse a sí misma a las concupiscencias de los hombres. El gran propósito secreto del hombre pecaminoso es continuar viviendo su vida pecaminosa, con el menor número de problemas posibles en la vida presente; manteniendo la esperanza de evitar el castigo futuro en la próxima.
Hay dos maneras para hacer esto:
- Negar que Dios existe. Esto es borrar por completo todas las ideas del bien y el mal, y todo sentido de recompensas y castigos futuros (Sal.14:1 y 10:4).
Pero es difícil ser un ateo, porque Pablo afirma en Rom.1:19 que la realidad de la existencia de Dios es evidente aún para ellos. El ateo no puede escaparse de la verdad de Dios, porque no puede escaparse de sí mismo, y tampoco de las evidencias del poder eterno de Dios y su divinidad, las cuales son manifiestas en la creación física (Rom.1:20). El ateo tampoco puede librarse del conocimiento del juicio de Dios (Romanos 1:32). Entonces, la jactancia externa del ateo es una máscara falsa para ocultar sus temores internos.
- Dar a los hombres una religión la cual permite que continúen disfrutando sus concupiscencias pecaminosas y sin embargo guarden la apariencia de cristianos (2 Timoteo 3:5).
El pecado y la conciencia deben ser conducidos a vivir pacíficamente el uno con el otro. Pero el pecado resiste a la conciencia y la conciencia resiste al pecado, de tal manera que no puede haber paz mientras que ambos existan. Pero la naturaleza corrupta logrará que ambos vivan juntos pacíficamente (2 Pedro 2:18-19).
La primera cosa que se tiene que hacer es quitar la realidad de la regeneración y la renovación de la naturaleza corrupta en la imagen y semejanza de Dios, la cual desanima a muchos a que sigan la religión verdadera. Entonces la ordenanza externa del bautismo sustituye la obra interna regeneradora del Espíritu Santo.
La siguiente cosa que se tiene que hacer es proveer un sustituto de la obra interna y santificadora de la persona completa, de la mortificación espiritual del pecado y la obediencia sincera, a fin de que la conciencia quede satisfecha, mientras que el pecado sigue reinando y dominando a la persona. Entonces, las absoluciones, las misas cotidianas, las indulgencias y en el peor de los casos, el purgatorio, permiten que el pecador permanezca como no arrepentido y al mismo quitan su temor del castigo futuro. Las confesiones, las penitencias y las dádivas de limosnas permiten que los hombres sigan viviendo en sus pecados y al mismo tiempo apacigüen sus conciencias.
Esta es la razón por la cual muchos regresan a la apostasía romana después de haber recibido el conocimiento del evangelio. Es debido a que en aquella iglesia la conciencia puede ser apaciguada, mientras que los hombres son dejados para continuar en sus caminos pecaminosos en paz.