
La obra del evangelio es “para la destrucción de fortalezas;
Destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia, de Cristo;” (2 Corintios 10:4,5).
Desde la caída, la mente del hombre se ha hinchado con pensamientos altivos acerca de sí misma. El hombre piensa que tiene libre albedrío sobre sus propios actos (Salmo 12:4). Los hombres piensan que nadie, ni siquiera Dios, puede ser soberano sobre ellos y sobre su destino futuro. Piensan que nada debería ser requerido del hombre, salvo aquello que él es capaz de entender, obedecer o hacer. En todos los siglos de la iglesia, bajo el pretexto de varias supuestas doctrinas cristianas, los hombres han argumentado a favor del libre albedrío y la autodeterminación.
Este argumento respecto a los poderes del hombre natural por una parte y la gracia soberana de Dios por la otra, se ha centrado en lo siguiente. Por una parte, muchos afirman que la mente y la voluntad del hombre son autosuficientes. Que el hombre tiene su propia capacidad para escoger el bien y de hacer todo lo necesario para asegurar su bienestar eterno. Por otra parte, otros han afirmado, que el hombre no tiene ninguna suficiencia en sí mismo, y que toda la suficiencia para su bienestar eterno, proviene de Dios. (2 Corintios 3:5; 9:8).
La mente humana se exalta a sí misma como suficiente para determinar, gobernar y guiar al hombre. El hombre determina por sí mismo el bien y el mal, lo que es el error y la verdad.
La mente corrupta exalta sus propias ideas. Ama, aplaude y se aferra tenazmente a sus propias ideas y opiniones. Este es el origen de todas las herejías (doctrinas falsas). Esto es lo que ha dado nacimiento, crecimiento y progreso a todo tipo de error (vea Eclesiastés 7:29). El intento de determinar por sí mismo la verdad y el error en todos los asuntos espirituales y religiosos, es el principal y más dañino resultado de la caída. La caída del estado original en que el hombre fue creado por Dios, afectó nuestras mentes.
La mente corrupta se exalta a sí misma como el juez único y absoluto de la palabra de Dios. La mente corrupta determina por sí misma si la palabra de Dios es verdadera o falsa, buena o mala, digna de ser recibida o rechazada, sin ninguna guianza o ayuda sobrenatural. Y todo aquello que la mente rechaza como no de acuerdo con sus propias ideas y lógica, es menospreciado y escarnecido.
El evangelio viene a la mente corrupta con el sello de la autoridad divina sobre él, llevando su imagen y su firma. La sabiduría divina, bondad, gracia, santidad y poder son impresos sobre sus doctrinas, de tal manera que se manifieste claramente como “el glorioso evangelio del Dios bendito” (1Timoteo 1:11). Así pues, debería ser recibido con reverencia santa y con el reconocimiento de su origen divino y gloria y como la voz de Dios hablando desde el cielo. Por eso, el escritor de la Epístola a los Hebreos nos advierte: “Mirad que no rechacéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que en la tierra rechazaron al que advertía, mucho menos escaparemos nosotros si nos apartamos del que advierte desde los cielos” (Hebreos 12:25).
A menos que el evangelio sea visto como de Dios, no será recibido verdaderamente, ni entendido y tampoco creído firmemente. El evangelio debería ser recibido: “no como palabra de hombres, sino como lo que es en verdad, la palabra de Dios…” (1 Tesalonicenses 2:13). El evangelio debería ser recibido con aquella sumisión y sujeción del alma y la conciencia, las cuales nosotros, que somos polvo y ceniza, le debemos al grande y santo Dios (Génesis 18:27). Así pues Jesús dijo: “De cierto os digo, que si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).
A menos que nos neguemos a nosotros mismos y todas nuestras ideas y opiniones; a menos que seamos humillados y estemos dispuestos a ser enseñados, nunca podremos recibir el evangelio. Dios se compromete enseñar a los mansos y humildes (Salmo 25:9, 14; Isaías 28:9; Salmo 131:2). Un espíritu orgulloso impide grandemente el aprendizaje de la palabra de Dios. La palabra de Dios inquieta y perturba el corazón y la mente de los que no han sido humillados.
La palabra de Dios es corrompida por los hombres que tienen una confianza carnal en sí mismos y en su propia sabiduría y capacidad para interpretarla correctamente.
El evangelio no es contrario a la razón, sino que está por encima de ella. El razonamiento corrupto no aceptará esta verdad y por lo tanto, no acepta nada que no pueda entender y creer. En el evangelio hay misterios divinos revelados los cuales podemos entender, pero la naturaleza misma de estos misterios divinos, no la podemos entender. La razón humana es finita y limitada, por lo tanto, no puede entender perfectamente las cosas que la sabiduría infinita ha propuesto (Job 11:7-9). La razón humana tiene que someterse humildemente a la revelación divina y aprender de ella.
En el evangelio, también hay cosas que la razón corrupta rechaza porque no le gustan. El hombre completo, incluyendo su mente y razón, es depravado, inhábil y corrupto; y como Cristo vino a restaurar al hombre completo, entonces también vino a restaurar y reparar su mente y su razón.
La razón corrupta no es capaz de discernir y juzgar los asuntos espirituales correctamente. Entonces, es propenso a inventar sus propias interpretaciones, de acuerdo con sus propios prejuicios y presuposiciones, los cuales son contrarios a lo que el evangelio enseña y requiere. Por lo tanto, uno de los propósitos del evangelio es el cautivar la razón humana y llevarla a la obediencia de la fe (vea 2 Corintios 10:5).
La razón humana es finita y limitada. El evangelio requiere que el hombre crea cosas por encima de la capacidad de juzgar o descubrir. Requiere que el hombre crea cosas meramente por la autoridad de la revelación divina (1 Corintios 2:9-10). Pero, la razón corrupta considera las cosas de Dios como locura (vea 1 Corintios 1:18-25).
Hoy en día algunos exaltan la razón como el verdadero y correcto juez de todas las revelaciones divinas. Según estas personas, no deberíamos recibir nada salvo aquello que esté de acuerdo con la razón humana. Todo aquello que está por encima de la razón debería ser rechazado. Así pues, la razón humana se considera a sí misma como infinita e ilimitada, y deja la sabiduría y la razón divinas como si fueran finitas y limitadas.
Hay muchas cosas en el evangelio las cuales están completamente por encima del alcance de la razón humana finita y no pueden ser juzgadas por ella. Solamente puede ser el siervo de la fe y testigo de ellas (vea 1 Corintios 2:11).
Afirmar que no estamos obligados a creer lo que no podamos entender, o afirmar que podemos rechazar todo aquello que está por encima de la capacidad de la razón humana (bajo la suposición de que es contrario a la razón), significa renunciar al evangelio y a toda la revelación divina.
La razón como corrupta y depravada. La razón corrupta y depravada no recibirá mandamientos y leyes los cuales sean contrarios a sus concupiscencias e inclinaciones. La razón depravada siempre trata de justificarse a sí misma en base a sus buenas obras. Pero el pacto de la gracia y la justificación solo por la fe sin obras, son doctrinas contrarias a la razón corrupta, y por ello las considera como irracionales y dignas de ser rechazadas (vea Romanos 11:6, 8:7).
En cuanto a los deberes naturales de la obediencia, el evangelio enseña que aún éstos no son aceptables a Dios, excepto por la mediación de Cristo y la gracia y fortaleza del Espíritu Santo. Pero puesto que la razón corrupta confía en su propia justicia, entonces rechaza esta mediación como irracional y falsas. La razón humana está de acuerdo con los deberes del evangelio hasta cierto punto, pero no está de acuerdo con el hecho de que estos deberes pueden ser aceptados solamente a través de Cristo y por la ayuda del Espíritu Santo.
También la razón juzga el evangelio en base a las tradiciones de su secta o su partido, cualquier cosa que no esté de acuerdo con las tradiciones o partido que la razón apoya, es rechazada. En Atenas, la predicación de Pablo fue resistida por los estoicos y los epicúreos (Hechos 17:18). Los epicúreos negaban la providencia de Dios en el gobierno del mundo, la sobrevivencia del alma después de la muerte, y las recompensas y castigos eternos. Los estoicos sostenían la creencia fundamental de que el hombre debería buscar la felicidad solamente en sí mismo y en las cosas que podían ser logradas en base a su propio poder y capacidad.
La doctrina de Pablo estaba completamente en oposición a estas dos sectas, porque no apoyaba sus presuposiciones y prejuicios, por lo tanto, la rechazaron. Y cuando, más tarde, estos filósofos profesaron aceptar el evangelio, lo corrompieron añadiéndole sus propias tradiciones y doctrinas.
La meta del evangelio es traer todo pensamiento a la sujeción y obediencia de la fe. Entonces Pablo dijo: “Nadie se engañe a sí mismo: si alguno entre vosotros parece ser sabio en este siglo, hágase simple, para ser sabio” (1 Corintios 3:18). A menos que los hombres renuncien a la sabiduría carnal y a sus propias presuposiciones y prejuicios, nunca podrán ser sabios con aquella sabiduría que es de arriba. Tienen que llegar a ser necios para ser sabios. Los hombres encuentran que el evangelio resiste el orgullo natural de sus mentes y la supuesta soberanía de su razón. Entonces ellos se vuelven del evangelio a la apostasía. Rehusando llegar a ser necios y menospreciando el volverse como niños humildes y dispuestos a aprender; ellos rechazan el evangelio y siguen a los maestros que son más aceptables a sus razonamientos orgullosos. Cuando el hombre corrupto exalta su razón como la norma absoluta en la religión, entonces es inevitable, que cada uno coloque su propia razón como la única norma de juicio que aceptará.
Entonces, podemos ver que en el evangelio hay muchas cosas que están por encima de la limitada razón humana y también cosas contrarias a la razón corrupta y depravada.
Doctrinas que están por encima de la razón humana limitada.
La Trinidad, la encarnación del Hijo de Dios y la morada del Espíritu Santo en todos los creyentes, son doctrinas que están por encima de la razón y por ello son rechazadas por la razón humana finita y limitada.
Doctrinas que son repugnantes a la razón corrupta.
Los atributos de Dios, sus decretos eternos, los oficios y la obra mediadora de Cristo, la justificación por la justicia de Cristo, la obra regeneradora y santificadora del Espíritu Santo en el corazón y la resurrección de los muertos, son todas doctrinas repugnantes a la razón corrupta y depravada y por ello, son rechazadas como falsas. Pero aun cuando dichas doctrinas son conservadas, la razón corrupta les impone interpretaciones absurdas, interpretaciones las cuales son destructivas a la fe. Así, la razón depravada, busca traer toda revelación divina cautiva a sus propias ideas y opiniones perversas.
Esta apostasía surge porque rehúsan aceptar las verdades evangélicas en base a la autoridad divina. Hoy en día hay muchos en la iglesia que sujetan la Escritura a la finita razón humana, limitada y corrupta. Según ellos, es la razón humana y no la revelación infalible de Dios, lo que determina lo que es verdad y lo que es falso, lo que es bueno y lo que es malo. Las cosas han sido así desde que este principio fue enseñado por primera vez al hombre en el jardín del Edén. El veneno de estos principios se ha difundido grandemente en el mundo y el evangelio ha sido corrompido grandemente. Las doctrinas tales como: la predestinación eterna, la total depravación del hombre, el poder de la gracia de Cristo en la conversión de los pecadores, la regeneración, la unión con Cristo, la imputación de la justicia de Cristo para justificación, la necesidad de la santidad evangélica, la necesidad de la gracia y la ayudad el Espíritu Santo y la autoridad divina de las Escrituras son todas rechazadas. La razón humana no puede ver ninguna lógica en todas estas cosas.
La razón se exalta a sí misma y rehúsa hincarse ante la autoridad de la revelación divina, porque quiere determinar por sí misma, lo que es verdad y lo que es bondad. De esta manera, el hombre necio es conducido hacia la apostasía. Solamente la sujeción humilde de la mente y la conciencia a la autoridad y la palabra de Dios, podrá guardarle a uno de la apostasía.
Una seguridad falsa y una autoconfianza vana.
El descuido de las advertencias del Espíritu respecto a la apostasía conduce a un sentido falso de seguridad. Por lo tanto, los creyentes fallan en “velar”, en “mantenerse firmes en la fe”, y en “portarse varonilmente” (vea Mateo 24:11, 24; Apocalipsis 3:10). Aquellos que son llevados por la apostasía serán destruidos completa y eternamente.
El descuido de las advertencias del Espíritu quien anuncia que, en el tiempo de la gran apostasía, los creyentes estarán dormidos bajo una seguridad falsa, es lo que conduce a un falso sentido de seguridad. Estarán diciendo: “Paz y seguridad” y entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina (1Tesalonicenses 5:3).
El amor del mundo, la prosperidad y la comodidad, junto con los afanes de esta vida se combinan para conducir a muchos creyentes a descuidar estas advertencias, y así se sujetan al peligro de caer en tiempos de gran apostasía.
Los hombres escuchan de este mal y de su peligro, pero como Gallo “no se preocupan por ninguna de estas cosas”. Ellos no se preparan a sí mismos para contender por la fe en los tiempos de apostasía. Y es el descuido de este deber lo que ha resultado en la corrupción de la religión verdadera.
Una indiferencia impía y una carencia de preocupación por la defensa del evangelio, conduce a muchos hacia la apostasía. “Todas las religiones son iguales”. “Todos adoramos al mismo Dios”. “¿Qué es la verdad? ¿Quién es capaz de decir lo que es la verdad y lo que es el error?”
Aquellos que se levantan para defender el evangelio en tales tiempos, son perseguidos. Los creyentes necesitan estar advertidos de este peligro (vea Gál.5:2-6; 2Tes.3:12; 2Pe.2:1-2).
La seguridad falsa conduce a la autoconfianza necia.
Pedro confiaba neciamente en sí mismo cuando dijo que no negaría a Cristo. Los creyentes también confían neciamente en sí mismos confiando en que no apostatarán, y así descuidan los medios que Dios ha dado para guardarlos. Ellos no ven la necesidad del poder de Dios, la intercesión de Cristo y la gracia del Espíritu Santo para guardarlos de caer en la apostasía. No ven la necesidad de velar y orar para no caer en la tentación.
Esta autoconfianza necia pronto arrastra a muchos hacia la apostasía.
EL AMOR DEL MUNDO Y SUS PLACERES PASAJEROS SON OTRA CAUSA DE LA APOSTASIA.
Pablo se quejaba de que Demas le había dejado porque había amado este mundo presente (2 Timoteo 4:10).
Demas abandonó al apóstol y el ministerio y probablemente la fe cristiana. “La semilla que fue sembrada entre espinos, fue ahogada y no dio buen fruto” (Marcos 4:7,18-19).
El amor del mundo se pone de manifiesto en los tiempos de persecución (Mateo 13:20-21). Cuando los intereses seculares; es decir, la prosperidad, las casas, los terrenos y las posesiones están en peligro, entonces muchos abandonan a Cristo.
Este amor del mundo también se manifiesta cuando el error y las supersticiones dominan en un país. Cuando el honor mundano, la prosperidad y el empleo les son negados a todos aquellos que se identifican con la verdad, entonces muchos sucumben ante la apostasía.
Por una parte, el calor del sol conduce a muchos a despojarse de la vestimenta de la verdad; por otra parte, los vientos fríos conducen a otros a abrigarse más cuidadosamente con esta prenda de verdad. Muchos creyentes sucumben ante la apostasía en tiempos de popularidad y aceptación, pero jamás lo harían en los tiempos de persecución severa. Cuando el mundo está entronizado en los corazones de los hombres, los honores y los favores tienen más atractivo que sufrir con el pueblo de Dios.
TAMBIÉN SATANAS ARRASTRA A MUCHOS HACIA LA APOSTASIA.
Satanás causó la primera apostasía de Dios. El mismo fue el primer apóstata. Ahora, él es la cabeza de las multitudes de ángeles caídos que ahora están reservados “ debajo de oscuridad en prisiones eternas hasta el juicio del gran día” (Judas 6).
La gran meta de satanás es: Primero, impedir que la gente reciba el evangelio y segundo, conducir a todos los que lo han recibido, a la apostasía. Satanás ha levantado persecuciones sangrientas y feroces para desanimar a las personas a convertirse en cristianos. Cegando los ojos de los hombres y llenándoles de prejuicios en contra de la verdad, ha logrado conducir a miles fuera del camino de Cristo (2 Corintios 4:4).
La meta de satanás es corromper la mente de los hombres (2 Corintios 11:3). Esto lo logró introduciendo un evangelio falso (Vers.4). Entonces, él levanto a maestros falsos para ser sus emisarios (vers.14-15). Y tal como engañó a Eva por su interpretación falsa de la palabra de Dios, así también engaña a muchos hoy en día, mediante sus interpretaciones falsas del evangelio.
Dios nos da muchas promesas maravillosas en el pacto de la gracia. Pero satanás trata de pervertir estas promesas, oponiéndose a la gracia y la sabiduría divinas en ellas. De este modo, espera arrastrar a los hombres fuera de la simplicidad que está en Cristo, y de la plena declaración de la voluntad de Dios, hacia un evangelio falso y las necias ideas humanas. Cuán grande fue la parte que él desempeñó en la gran apostasía (2 Tesalonicenses 2:9-11).
En esa apostasía satanás jugó un papel, introduciendo un poder engañoso y conduciendo a muchos a creer en sus mentiras. Y así los hombres se apartaron de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios (1 Timoteo 4:1). La gente escuchó a satanás y a sus emisarios, en vez de escuchar a Dios y a sus ministros.
Satanás siempre está tratando de conducir a los creyentes hacia la apostasía. Él ciega sus mentes, inflama sus concupiscencias, derrama sus tentaciones, les engaña con falsos y corruptos razonamientos, se transforma a sí mismo en un ángel de luz y usa señales y prodigios mentirosos, todo esto para apoyar sus mentiras. Satanás nunca descansa y nunca toma vacaciones.
DIOS NO ES UN ESPECTADOR DESPREOCUPADO.
Dios no está sentado allí sin hacer nada. Él no es “tentado por el mal, ni él tienta a nadie” con pecado o error. Pero, Él gobierna sobre todo y encamina todos los eventos para su propia gloria.
Él no permitirá que los hombres menosprecien y luego rechacen y abandonen las grandezas de su misericordia, su verdad y su palabra, sin castigar a los apóstatas impíos con los juicios más severos. Entonces, cuando los hombres impíamente apostatan de su verdad, Dios en su santo y justo juicio les entrega a otros errores, para que ellos entren en una completa y final apostasía, y se endurezcan para su destrucción eterna.
Cada creyente y cada iglesia cristiana debería tomar la advertencia de 2 Crónicas 15:2. Dios abandona judicialmente a aquellos por quienes El ha sido deliberadamente abandonado. La manera en que Dios castiga y toma venganza de los apóstatas del evangelio es entregándolos a la apostasía y endureciéndoles para su destrucción eterna.
Esto lo hace primero, quitando su candelero de en medio de ellos (Apocalipsis 2:5). Cristo advirtió a la Iglesia de Éfeso que, si ellos no se arrepentían, entonces vendría y les quitaría su candelero. Dios privará a los apóstatas de la luz y de los medios para conocer la verdad, a fin de que las tinieblas y la ignorancia les sobrevengan.
Entonces Dios les envía operación de error para que crean la mentira, porque no amaron la verdad (vea 2 Tesalonicenses 2:11). Les entrega irrevocablemente a creer las mentiras. El envío de este espíritu de error incluye tres cosas:
- Primero, Dios entrega a los apóstatas al poder de satanás. No limita, ni impide a satanás, sino que permite que les conduzca a los peores errores que pueda inventar. Este fue el estado de las cosas bajo la apostasía papal, cuando satanás logró guiar a la mayor parte de la iglesia a este error. Y para mostrar su éxito, satanás llegó hasta el extremo de “divertirse” (si así podemos llamar), con las almas engañadas de los hombres. No había nada tan necio y estúpido que no impusiera a su credulidad infantil.
- Segundo, Dios entrega a los apóstatas a los maestros falsos y engañadores. Estos maestros falsos, engañados y enseñados por satanás, son usados por Dios para llevar a cabo su justo desagrado sobre los impíos apóstatas, quienes son entregados a su poder. La gente engañada exalta a estos maestros falsos y engañadores a los puestos más altos en la iglesia, y entonces se someten implícitamente a ellos. Diciendo que son “el templo de Dios”, ellos vienen al pueblo en lugar de Dios, afirmando que hablan las mismas palabras de Dios. Con tal poder entregado a ellos en la “iglesia”, ellos ejercen poder sobre las conciencias de los hombres y los sujetan en temor, debido a las mismas posiciones de autoridad que les han sido dadas y que han reclamado para sí mismos. (Nota del traductor: Evidentemente, el autor se refiere a la jerarquía en la iglesia católica y a la autoridad del papado sobre las conciencias de los hombres).
- Tercero, Dios entrega a los apóstatas a la ceguera espiritual y a la dureza de sus corazones (Isaías 6:10; Juan.12:39-41; Hechos 28:25-27; explicado en Romanos 11:7-8).
Bajo estos juicios, es decir: satanás, los maestros falsos, la ceguera espiritual y dureza de corazón, la condición de los apóstatas es miserable e irrecuperable.
Entonces, tengamos cuidado de no tomar a la ligera las advertencias del Espíritu.