Nuestro Señor Jesucristo instituyó una solemne adoración de Dios la cual debe ser continuada sin alteración hasta el fin del mundo. La principal razón de porqué creó y preservó a su iglesia es la de que esta adoración sea celebrada. Esta es aquella gloria pública la cual Dios requiere de los creyentes en este mundo. Todos los demás deberes pudieran ser realizados por los hombres por sí mismos, aún si no existiera tal cosa como una iglesia. Por lo tanto, aquella iglesia que no tiene cuidado para que la adoración que Cristo ha mandado sea realizada, no ha entendido una de las razones principales de su propia existencia.
LA APOSTASÍA DE LA ADORACIÓN EVANGÉLICA SUCEDE EN DOS FORMAS.
Sucede por descuidar y rehusar la observancia de lo que Cristo ha señalado, o por añadir formas de adoración inventadas por nosotros.
Algunos han apostatado de la adoración del evangelio por hacer solamente algunas cosas que tienen la apariencia de lo que Cristo ha mandado. Ellos son conducidos por lo que consideran conveniente y por una supuesta luz interior. Pero las ordenanzas del bautismo y la cena del Señor, las cuales son una gran parte de la adoración espiritual de la iglesia, las rechazan. La razón principal de que algunos hayan rechazado las ordenanzas, es debido a que no representan aquella fe falsa y la obediencia fingida que ellos han sustituido, en lugar de la verdadera fe y la obediencia evangélica.
Las ordenanzas del evangelio representan para nosotros (a través de símbolos externos y visibles), las doctrinas del evangelio que creemos. El bautismo representa la regeneración. Pero si no creemos que existe tal obra espiritual como la regeneración, y si no vemos la necesidad de tal obra, entonces el bautismo se vuelve sin ningún significado y será abandonado. La ordenanza de la cena de Señor representa para nosotros (a través de símbolos externos y visibles), la muerte de Cristo. Ella nos llama a recordar su sufrimiento como nuestro sustituto por nuestros pecados, el sacrificio que el hizo de sí mismo, la propiciación y reconciliación con Dios que El hizo, sellando el Nuevo Pacto con su sangre. Pero si rechazamos estas doctrinas, entonces esta ordenanza carece de significado y es también rechazada. Solamente cuando las doctrinas del evangelio son verdaderamente creídas, estas ordenanzas serán un deleite y un gozo, y llegarán a ser los medios principales por los cuales Cristo tiene compañerismo con su pueblo, trayéndoles consuelo, paz y seguridad a sus corazones.
Otra razón por la cual las ordenanzas del evangelio son descuidadas, es la falta de iluminación espiritual, para ver más allá del velo de los símbolos externos y visibles, hacia la realidad espiritual que representan; además de la falta de fe para tener comunión con Dios en Cristo, a través de ellas.
La adoración evangélica es puramente espiritual. Pero en las ordenanzas hay elementos los cuales son externos y visibles, y hay motivos para temer que muchos no van más allá de lo visible y externo, y no participan de la adoración espiritual de Dios por medio de ellas. Las ordenanzas fueron mandadas por Cristo para conducir el alma a la comunión íntima con Dios.
Por lo tanto, si queremos recibir provecho espiritual del uso de las ordenanzas, debemos someter nuestras almas y conciencias a la autoridad de Cristo en ellas. Debemos confiar en la fidelidad de Cristo para que traiga a nuestras almas, la gracia y la misericordia representadas visiblemente por los símbolos de estas ordenanzas. Las ordenanzas no aprovecharán a aquellos que no han recibido por la fe aquellas promesas que Cristo ha relacionado con ellas. Y a menos que nos sometamos a la autoridad de Cristo en las ordenanzas, entonces, no podemos decir que realmente creemos en sus promesas. Pero debemos entender hasta cierto punto, la relación mística que existe entre los símbolos externos y visibles, y el Señor Jesucristo mismo, si queremos beneficiarnos de ellos y continuar conscientemente en su práctica. Pero en donde no existe el entendimiento y la fe en las doctrinas que las ordenanzas representan, entonces no es sorprendente que sean abandonadas y la gente deje la verdadera adoración espiritual del evangelio, trayendo gran deshonra al Hijo de Dios, quien es el autor y Señor de toda adoración evangélica. Hay otra manera en que los hombres apostatan de la adoración evangélica, y esto es rechazando su simplicidad y pureza, por una adoración supersticiosa e idólatra (2Cor.11:3).
HAY GRADOS DE APOSTASÍA DE LA PURA Y VERDADERA ADORACIÓN EVANGÉLICA.
La verdadera adoración evangélica ha sido totalmente corrompida y pervertida. No hay ni siquiera una sola ordenanza o institución de Cristo la cual ellos no hayan corrompido, y la mayoría de ellas están tan corrompidas como para destruir por completo su naturaleza y su propósito original. Al dar a su iglesia tales ordenanzas, el Señor Jesucristo manifiesta que es su religión y que solo él tiene autoridad sobre ella. Entonces, cambiar las ordenanzas de Cristo e introducirlas en una forma distinta, para un propósito completamente diferente, es declararse a uno mismo un anticristo, y exponer a Cristo a vergüenza pública. Cuando los hombres se volvieron carnales, habiendo perdido el espíritu, la vida y el poder del evangelio, ellos se vieron obligados a introducir una adoración carnal, visible, pomposa y externa. Tal como los israelitas lo hicieron en el desierto, cuando dijeron a Aarón: “Haznos dioses que vayan delante de nosotros” (Ex.32:1).
Así pues, la gran apostasía cristiana, encontrando que todas los símbolos visibles y externos de la adoración veterotestamentaria fueron quitados, y ahora siendo dejados sin imágenes visibles de la presencia de Dios, entonces becerros idólatras y supersticiosos fueron puestos en su lugar, siendo todo adaptado a una adoración carnal y no espiritual. Tal es la adoración instituida e inventada.
Pero debido a que muchos en aquellos días eran verdaderamente espirituales y santos, quienes adoraban a Dios en espíritu y en verdad, esta adoración idólatra tenía que ser introducida lentamente durante un largo período de tiempo. Entonces así, “el misterio de la iniquidad” obraba para destruir la verdadera y pura adoración evangélica.