Si queremos defendernos contra todas las tentaciones de apostatar entonces debemos preocuparnos en
primer lugar por la gloria de Dios.
Cuando Dios amenazaba con dejar a Israel en el desierto a causa de su incredulidad al rehusar entrar a Canaan, entonces Moisés mostró su gran preocupación por la gloria del santo nombre de Dios. Si Dios dejara a su pueblo ¿Qué dirían las otras naciones? Dirían que Dios los dejaba porque no era capaz de cumplir su promesa de introducirlos en la tierra prometida (Núm.14:11-19).
Sucedió lo mismo con Josué cuando, después de la derrota milagrosa en Jericó, el ejército israelita fue derrotado en Hai. ¡Cuán preocupado estaba Josué por la gloria de Dios!
Josué oró: “¡Ay Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto las espaldas delante de sus enemigos? Porque los Cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos cercarán, y raerán nuestro nombre de sobre la tierra: entonces ¿qué harás tú á tu grande nombre?” (Josué 7:8-9).
Esta apostasía tan esparcida en la actualidad, es grandemente deshonrosa para la gloria del gran nombre de Dios. ¿Quién glorificará el nombre de Dios, si todo su pueblo fiel cae en la apostasía? ¿Cuántas naciones que una vez fueron receptoras del evangelio están ahora infestadas y dominadas por el Islam, el paganismo y el ateísmo? ¿Cuán preocupados estamos nosotros por la gloria del santo nombre de Dios? Miles de nuestra propia nación quienes se identifican a sí mismos como cristianos, lo son solamente de nombre. Tienen solamente la forma externa de piedad, pero no hay ninguna realidad en su vidas. Ellos ponen la religión cristiana en menosprecio ante los ojos del mundo. ¿Cuán preocupados estamos acerca de esto? ¿No está siendo el glorioso nombre de Dios deshonrado por esta hipocresía tan esparcida? ¿Está siendo el nombre de Dios glorificado cuando tantas de nuestras iglesias han apostatado de las doctrinas, la adoración y la obediencia del evangelio?
¿No nos preocupa el hecho de que tantos cristianos están apostatando de la verdad del evangelio? ¿Acaso esto glorifica el nombre de Dios? ¿No deberíamos gemir y clamar a causa de todas estas abominaciones? (Ez.9:4) o ¿Acaso tendremos la actitud de Galión de no preocuparnos acerca de estas cosas? (Hech.18:17).
Dios puso una señal en la frente de todos los hombres que gemían y clamaban, a causa de todas las abominaciones que se estaban cometiendo en Jerusalén y en el templo. Estas personas disfrutaban de la protección y el cuidado especial de Dios, cuando sus juicios estaban siendo ejecutados sobre la tierra.
Entonces, si nosotros estamos preocupados por la gloria del nombre de Dios y gemimos en secreto a causa de la abominación de la apostasía (la cual, como una epidemia mortífera, está destruyendo las vidas espirituales de miles, y deshonrando el nombre de Dios), entonces, disfrutaremos también de su cuidado especial y protección.
Él nos guardará cuando la apostasía nos tiente a abandonar el evangelio. Su señal será sobre nosotros (Ez.9:4).
Si queremos defendernos de todas las tentaciones de apostatar, entonces debemos orar continuamente, reclamando las promesas de la palabra de Dios para la restauración de la gloria, el poder y la pureza de la religión cristiana.
Debemos estar como los guardias sobre los muros de Jerusalén, que no callaban de día y de noche. Nosotros que nos acordamos de Jehová, no debemos cesar ni dar tregua, hasta que ponga el evangelio en alabanza en toda la tierra (Vea Isaías 62:6-7). No hay nada difícil para Dios. Él puede enviar la paz, la verdad y la justicia a todo el mundo. El puede derramar justicia hasta que la tierra se abra y produzca salvación (Vea Isa.45:8). Si esto fuera dejado a la voluntad depravada de los hombres, entonces nunca terminaría esta apostasía. Solamente la gracia soberana y eficaz puede poner fin a esta apostasía y traer un gran avivamiento.
Si queremos defendernos de todas las tentaciones de apostatar, debemos contender ardientemente por la
fe que fue una vez dada a los santos (Judas 3).
No debemos ser desanimados por el desprecio y el desdén que el mundo y los apóstatas hacen a la verdad evangélica. Debemos dar un testimonio fiel al evangelio, no solo por nuestras palabras, sino también por nuestras vidas. Debemos vivir vidas santas, justas y fructíferas, “Teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean confundidos los que blasfeman vuestra buena conversación en Cristo” (1 Pedro 3:16).
Si queremos defendernos de todas las tentaciones de apostatar, debemos vigilar cuidadosamente nuestros corazones.
“Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). Este fue el consejo de Salomón y debería ser nuestra mayor preocupación. Es más importante guardar nuestros corazones en las verdades del evangelio, que guardar nuestras posesiones en una casa bien protegida.
Si nuestros corazones están decididos a glorificar a Dios, entonces el fruto será el disfrute de El para siempre. Pero si nuestro corazón está decidido a apostatar, entonces el fruto será el infierno eterno. Cuando la Escritura habla de la palabra “corazón”, se refiere a todas las facultades de nuestras almas. Debemos vigilar cuidadosamente nuestros corazones porque: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer.17:9). “El que confía en su corazón es necio” (Proverbios 28:26).
Recuerde al apóstol Pedro. El confiaba en su propio corazón y terminó negando a Cristo. ¿Acaso somos mejores que él? Debemos vigilar cuidadosamente nuestros corazones para que confíen solamente en Cristo para ayuda y consuelo. Pedro fue guardado de la apostasía total por la oración de Cristo: “Mas yo he rogado por ti que tu fe no falte: …” (Lucas 22:32, RV)
Tenemos un sumo sacerdote que se compadece de nuestras debilidades, porque fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Por lo tanto, debemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia para encontrar misericordia y gracia para el oportuno socorro. (Heb. 4:15-16).
Aferrémonos también a la promesa de Cristo: “Porque has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la tentación que ha de venir en todo el mundo, para probar á los que moran en la tierra” (Apocalipsis 3:10).
Entonces, todos aquellos que quisieran ser guardados del poder de las tentaciones a apostatar, deberían guardar sus corazones para que confíen solamente en Cristo para su ayuda y fortaleza.
Debemos vigilar cuidadosamente nuestros corazones respecto a su progreso espiritual en santidad o su retroceso en ella. Aquel que no vigila su propio corazón, se expone a sí mismo al peligro de la apostasía. Debemos examinar nuestros corazones con la palabra de Dios, porque solamente ella puede discernir sus pensamientos e intenciones (Heb.4:12-13).
Si queremos defendernos de todas las tentaciones de apostatar, debemos tener cuidado de no confiar en los privilegios externos de la iglesia.
Es una misericordia especial el ser encomendados con los privilegios de la iglesia y las ordenanzas del evangelio. La adoración y sus ordenanzas bajo el Antiguo Testamento eran gloriosas porque habían sido dadas por Dios. A los israelitas les fue confiada la palabra de Dios (Rom.3:2). Bajo el Antiguo Testamento, la adopción, la gloria, el pacto, la ley y las promesas, todo ello fue encomendado a los israelitas (Rom.9:4- 5). Pero en comparación con la adoración del Nuevo Testamento, los privilegios del ministerio veterotestamentario no tenían ninguna gloria. (2Cor.3:10).
Entonces, aquellos que desprecian las ordenanzas del evangelio son completamente extraños a la santidad evangélica. ¿Cuál santidad puede existir cuando la gente vive en desobediencia abierta a los mandamientos de Cristo? Las ordenanzas del evangelio nos han sido dadas por Cristo, para nuestro beneficio espiritual y como un medio de compañerismo con El. Por lo tanto, nada debería disminuir su gloria, ni tampoco deberían ser menospreciadas y desdeñadas por un descuido pecaminoso de ellas.
Aquel que sabe cómo usar las ordenanzas del evangelio para su crecimiento espiritual, es un creyente que está floreciendo espiritualmente. Las ordenanzas son los únicos medios ordinarios por los cuales Cristo comunica su gracia a nosotros y por los cuales también nosotros le damos nuestro amor, nuestra alabanza, gratitud y promesas de lealtad y obediencia. Por lo tanto, es cierto que nuestro crecimiento o retroceso en santidad, nuestra fidelidad o la apostasía de nuestra profesión de fe, son grandemente afectadas por el uso o el abuso de estos privilegios.
Pero no debemos confiar en estos privilegios como un medio de salvación o como si ellos fueran capaces de protegernos de caer en la apostasía. Confiando en el hecho de que ellos observaban diligentemente estas ordenanzas, muchos han sido engañados por una seguridad falsa, y de este modo han terminado en la apostasía.
La religión de algunos no es más que el mero hecho de asistir a la iglesia durante la celebración de aquella clase de oración que les gusta. A través de esto, ellos satisfacen sus conciencias, especialmente si se les permite participar de las ordenanzas y de esta manera se aseguran externamente de que son verdaderos cristianos.
Algunos se contentan a sí mismos con el mero hecho de oír la palabra predicada, pero no tienen ninguna intención de examinarse a sí mismos a la luz de esa palabra. Entonces, pronto se olvidan de lo que escucharon y son como el hombre que se miró en el espejo y pronto se olvidó de lo que vio (Stg.1:23- 24). Si esto no fuera así, no sería posible que tantos escuchan la palabra, pero muy pocos son traídos a una sincera obediencia de corazón.
Debemos tener cuidado de no engañarnos a nosotros mismos, pensando que no caeremos en la apostasía porque tenemos dones espirituales. Algunos confían en los dones de otros y en la ayuda y consuelo que reciben de ellos.
Otros confían en sus propios dones, su luz, su conocimiento, sus habilidades espirituales para orar o hablar de las cosas de Dios.
Pero los dones no guardarán a la gente a salvo de la apostasía. Jesús nos dijo esto muy claramente en Mateo 7:22-23. Y cuando los setenta regresaron de su gira exitosa regocijándose de que aún los demonios les estaban sujetos en el nombre de Cristo, él les dijo que no se regocijaran de sus dones espirituales, sino más bien de que sus nombres estuviesen escritos en el cielo (Luc.10:17-20).
Los dones espirituales son para la confirmación del evangelio y la edificación espiritual de la iglesia. Pero los dones no traen la salvación y pueden ser dados a aquellos que no conocen nada de la gracia en sus corazones. Entonces, es necesario que todos aquellos que han recibido dones espirituales, no miren en ellos la evidencia de ser verdaderamente regenerados, sino más bien, miren a las gracias espirituales (frutos). Algunos han sido engañados al pensar que tienen gracia, cuando solamente tienen dones. Entonces, la presencia de dones espirituales nos puede conducir a pensar que todo está bien, cuando en realidad una gran apostasía está sucediendo.
Los dones sin gracia no tienen influencia en el alma y solo obran en tiempos especiales y en ocasiones especiales. Pero la gracia afecta a la persona entera todo el tiempo y en todos sus deberes. La gracia obra una obediencia santa en el alma, pero los dones no. Los dones no son y nunca podrán ser el medio para que crezcamos en la gracia, y tampoco pueden decirnos si estamos retrocediendo hacia la apostasía.
Por lo tanto, tenga cuidado de pensar que debido a que usted tiene dones espirituales, usted nunca caerá en la apostasía.
También debemos tener cuidado de tener en muy alta estima alguna manera especial de adoración, que nos convenza de que nosotros estamos en lo correcto y todas las demás formas de adoración están equivocadas. La verdadera adoración es siempre “en espíritu y en verdad” (Jn.4:24). Pero nuestra manera de adoración pudiera no ser la única forma de expresar la adoración “en espíritu y en verdad”.
Debemos tener cuidado de esa actitud que dice: “Estáte en tu lugar, no te llegues á mí, que soy más santo que tú…” (Isaías 65:5). Tal actitud muestra falta de amor, humildad, mansedumbre y falta de disposición para aprender de otros.
Entonces, aunque debemos estimar grandemente y trabajar por la verdadera reforma de la iglesia de Cristo, por la pureza de su adoración, y la administración correcta de sus ordenanzas, no obstante, debemos tener cuidado de pensar que nuestra forma es la mejor y la única manera de expresar la adoración verdadera.
Los siguientes puntos destacan algunos de los peligros que pueden surgir, cuando estimamos nuestra forma de adoración como la única forma correcta.
Los deberes privados de la religión pueden ser descuidados. Esto puede surgir de la mundanalidad, de una concupiscencia dominante o de una confianza pecaminosa de que nuestra forma de adoración es la única correcta.
Cuando todas estas cosas suceden al mismo tiempo, el alma está en una condición muy peligrosa, a menos que sea despertada por Dios.
Cuando los hombres están satisfechos con la adoración externa de Dios en el culto y lo usan como un pretexto para descuidar los deberes espirituales privados, entonces están en el camino hacia la apostasía.
Una concupiscencia privada pudiera ser solapada para satisfacer la carne. Esta es una gran obra de “la pecaminosidad del pecado”. Engaña la mente de los hombres para que se justifiquen a sí mismos en algún pecado, como, por ejemplo: el orgullo espiritual respecto a su adoración, el orgullo de ser llamado “padre” en sentido religioso (aún cuando Cristo lo prohibió), o el orgullo de tener una buena reputación religiosa y el orgullo de ser admitido en los privilegios de la iglesia (esto es el orgullo de ser miembro de la iglesia) (Vea Mat.23:9).
Todo esto puede resultar en una vida espiritual descuidada e indisciplinada. Si deseamos ser guardados a salvo de la apostasía, debemos tener en alta estima los privilegios de la iglesia y las ordenanzas de la adoración evangélica. Si las descuidamos o las menospreciamos, entonces estamos desechando el yugo de Cristo. Si hacemos esto, es necio esperar en su misericordia cuando desafiamos su autoridad. (Nota del traductor: La predicación y la enseñanza de la palabra deben ser incluidas como parte de las ordenanzas del evangelio, y como el medio principal para promover nuestro crecimiento en la gracia.)
Por otra parte, si nosotros confiamos en los privilegios de la iglesia y como resultado nos permitimos a nosotros mismos solapar ciertos pecados, entonces estamos en el camino hacia la apostasía.
El único camino seguro, es el camino por el cual encontramos descanso y paz para nuestras almas. Este camino no es otro que el camino de un uso cuidadoso y humilde de las ordenanzas para el crecimiento espiritual de nuestras almas.
Pruebas para darnos cuenta si estamos recibiendo beneficio espiritual de las ordenanzas del evangelio: Estamos recibiendo beneficio de las ordenanzas, si los deseos de nuestros corazones son hechos más santos y celestiales por ellas.
El propósito de las ordenanzas es para promover nuestro crecimiento en la gracia. Cuando nosotros encontramos que la fe, el amor, el deleite en Dios, los deseos por la gracia, la santidad, el aborrecimiento del pecado, la fructuosidad en las buenas obras y en los deberes de la obediencia, el gozo en las cosas espirituales y la autonegación son vivificadas en nosotros, entonces, nuestros corazones no deberían condenarnos por nuestra falta de sinceridad, aun cuando estemos conscientes de nuestras muchas debilidades e imperfecciones.
Y aun cuando en ocasiones no experimentamos ningún beneficio para nuestras almas (debido al poder de la corrupción y las tentaciones a través de la debilidad de la carne y la incredulidad), sin embargo, nosotros podemos estar seguros de nuestra sinceridad, si nos inculpamos a nosotros mismos y nos humillamos por nuestra inutilidad.
La falta de esta gracia de humildad ha conducido a algunos a despreciar las ordenanzas del evangelio, como muertas e inútiles, mientras que otros se han vuelto formales, descuidados y espiritualmente estériles. Cuando todos los velos y disfraces de la hipocresía son quitados y destruidos, entonces estas cosas serán vistas como los frutos del orgullo y el engaño de pecado.
Somos beneficiados por las ordenanzas, cuando las cosas espirituales son hechas reales y traídas cerca de nosotros. Cuando en la predicación del evangelio encontramos que Jesucristo es exhibido delante de nosotros como “crucificado”; cuando nos encontramos obedeciendo a “aquella forma de doctrina a la cual somos entregados”; cuando sentimos como si pudiéramos “palpar con nuestras manos al verbo de vida”; y cuando las “cosas que esperamos” tienen realidad en nuestras almas, entonces estamos verdaderamente recibiendo beneficio de las ordenanzas (Geal.3:1; Rom.6:17; 1Jn.1:1; Heb.11:1). Pero si nosotros nos contentamos con una asistencia formal y estamos satisfechos, aún cuando nuestros corazones no han sido tocados y calentados por las ordenanzas, entonces tenemos muchos motivos para temer.
Recibimos provecho de las ordenanzas, cuando encontramos que nos hacen más diligentes y cuidadosos en todos los demás deberes de obediencia que el evangelio nos requiere. Cuando otros deberes son descuidados y la atención a las ordenanzas es convertida en un pretexto para descuidarlos, entonces el camino hacia la apostasía está abierto.
Finalmente, recibimos provecho de las ordenanzas cuando nos encontramos a nosotros mismos fortalecidos por ellas, para sufrir por Cristo y su evangelio. Aquel que ha gustado la gracia de Cristo en sus ordenanzas, no será fácilmente persuadido a apartarse de él. Si queremos defendernos de todas las tentaciones de apostatar, entonces debemos tener cuidado de los pecados nacionales.
Este punto ya ha sido tratado con anterioridad. Debemos ser conducidos por Cristo y su palabra y no por la opinión popular que dice: “todos lo hacen”. La palabra de Dios es muy clara: “Por lo cual Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré” (2 Corintios 6:17). Debemos vivir como “el residuo de Jacob en medio de muchos pueblos, como el rocío de Jehová, como las lluvias sobre la hierba, las cuales no esperan varón, ni aguardan á hijos de hombres” (Miqueas 5:7). Debemos estar entre ellos pero no ser de ellos, y ciertamente no ser corrompidos por ellos y por los pecados nacionales.
Si los creyentes se hunden en el mundo de tal modo que aprenden sus caminos y sean guiados por sus opiniones, entonces serán arrastrados con ellos a la perdición eterna. Bajo el Antiguo Testamento, Dios no podía permitir que su pueblo viviera entre otros pueblos, ni que otros vivieran entre ellos. Esto fue porque sabía cuán incapaces eran de resistir la tentación de conformarse a los caminos de los impíos. Así que, todas las naciones tuvieron que ser echadas de Canaán (Lev.18:30). El rechazo de la sabiduría de Dios y la transgresión de su voluntad, al mezclarse con otras naciones y al aprender sus caminos, les condujo a la ruina.
Bajo el evangelio, la iglesia verdadera de Dios debería ser guardada pura y santa por la morada del Espíritu Santo en ellos y entre ellos. Ahora, Dios encomienda a todos los que son llamados a la obediencia de la fe, a que vivan en medio de las naciones. No obstante, todavía les advierte de sus peligros y les requiere que velen y que se guarden a sí mismos de las contaminaciones del mundo (Stg.1:27).
Objeción: Pero, si no nos conformamos en algunas cosas a las costumbres del mundo, entonces, seremos menospreciados en el mundo y nadie nos tomará en cuenta.
Respuesta: Lo que quiero decir es que, no debemos someternos al mundo cediendo a sus vicios comunes, especialmente a aquellos vicios que afectan el lugar y el tiempo en donde vivimos. Antes de que fuéramos convertidos, seguíamos la corriente del mundo, pero ahora; “les parece extraño que ya no corramos con ellos” y hablan mal de nosotros (1Pe.4:3-4). ¿Deseamos realmente renunciar a Dios y a Cristo para ser populares con el mundo? (1Jn.2:15-17; Stg.4:4).
Lo que debemos hacer es superar al mundo en honestidad, amabilidad, gentileza, utilidad, moderación de espíritu, caridad, compasión y una disposición de ayudar a otros en su necesidad.
Si queremos defendernos de todas las tentaciones de apostatar, debemos evitar cuidadosamente aquellos pecados especiales cometidos por los que profesan ser creyentes, los cuales vuelven la mente de los hombres en contra del evangelio.
Debemos evitar aquella falta de amor que nos conduce a rehusar unirnos en adoración y compañerismo con otros creyentes verdaderos, porque pudieran tener una diferencia de opinión en cuanto al ordenamiento externo de la adoración.
Muchos creyentes profesantes no hacen nada útil, ni manifiestan ningún acto de bondad hacia sus vecinos. Debemos evitar este pecado y tratar de ser lo más útiles que sea posible.
Un tercer pecado de muchos creyentes profesantes, es el orgullo espiritual y un espíritu crítico y de censura. Debemos ser cuidadosos para evitar este pecado también. Es nuestro deber, a través de un comportamiento santo y cuidadoso que “hagamos callar la ignorancia de hombres vanos” y así manifestar nuestra sinceridad ante Dios y los hombres, “para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean confundidos los que blasfeman vuestra buena conversación en Cristo” (1 Pedro 2:15; 3:16). “A través de perseverar en bien hacer” debemos vencer toda la maldad y la malicia del infierno (Rom.2:7).
Aquel cuyo corazón es confirmado por la gracia, continuará haciendo bien, aunque la gente diga cosas malas acerca de él. Tal hombre encuentra su recompensa en la felicidad presente y en su sentido de ser aceptado por Cristo. El se dice a sí mismo y a todos “este yugo es fácil y ligera su carga”. Quizás usted no pudiera impedir que la apostasía se esparciera, pero usted puede tener cuidado de no haberla ayudado a esparcirse más.
El amor hacia todos los santos en toda honestidad, una disposición para recibir críticas injustas con mansedumbre, la libertad para no imponer sus opiniones sobre otros que no están listos para recibirlas, y la libertad de no juzgar severamente las supuestas fallas de otros, una disposición para tener compañerismo con todos los que “aman al Señor en sinceridad”, estas son las cosas que este mundo hundido en la apostasía necesita ver en todos los creyentes.
Si todos los creyentes fueran mansos, quietos, apacibles, sobrios, templados, humildes, útiles, bondadosos, tiernos, dispuestos a escuchar a otros, gozosos en sus pruebas y problemas, siempre “regocijándose en el Señor”, entonces el mundo no se ofendería ante ellos, sino que más bien se maravillaría de cómo podría vivir sin ellos; y así, sería ganado por ellos y haría todo esfuerzo para ser semejante a ellos. Si la honestidad, la sinceridad y la justicia fuesen vistas entre los creyentes en todo tiempo, ¡Cuán grandemente sería glorificado Cristo!
Y finalmente, si los creyentes juzgaran y condenaran a otros solamente a través de vivir vidas santas, entonces el mundo no se escandalizaría. La práctica de la santidad juzga en sus corazones, a todas las personas que no la practican. Y si ellos se ofenden y comienzan una querella, entonces solamente manifestarán su propio pecado y su vida impía.
Tengamos cuidado entonces de la apostasía porque: “Porque aun un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Ahora el justo vivirá por fe; Mas si se retirare, no agradará á mi alma” (Hebreos 10:37-38).
Pero cuando las verdades evangélicas son impresas sobre las conciencias y las prácticas de los hombres, entonces la enemistad de sus corazones se levanta en rebeldía contra ellas.
Mientras que se le permite a la mente inconversa jugar con estas verdades, especulando y discutiendo acerca de ellas, las recibe como algo satisfactorio y placentero. De hecho, pudiera aún estar dispuesta a ser guiada por estas verdades y hacer muchas cosas. Sin embargo, la mente inconversa todavía permanece sobre su antiguo fundamento de la autosuficiencia y la autodeterminación, satisfecha de que todo está bajo el control de su propio libre albedrío (Mar.6:20).
Pero cuando estas verdades son aplicadas a sus corazones, urgiéndoles a que renuncien a la confianza en sí mismos, a su autosuficiencia, su autodeterminación y justicia propia, a fin de que sean renovados en Cristo, entonces, la antigua enemistad que mora en sus corazones, se despierta de inmediato como una serpiente venenosa lista para lanzarse contra el evangelio. Todas las concupiscencias de la mente y de la carne; todos los deseos engañosos de la vieja naturaleza; todo el poder del pecado y todos los deseos carnales y no mortificados se levantan para resistir estas verdades. Entonces, las verdades espirituales recibidas solo en la mente son primero descuidadas, luego menospreciadas y finalmente abandonadas.